Let the Devil Come In and Choose

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No se sabe quién es peor: si Nicolás Maduro o Donald Trump. Cada uno dice tal cantidad de sandeces que parece que compitieran por el comentario más absurdo. Hoy salen con una cosa, mañana se contradicen; no tienen idea de cómo funciona el mundo, el Estado, nada, pero, aun así, se creen el ombligo del universo. Son patéticos.

Tanto Maduro como Trump llegaron a la presidencia de sus respectivos países en paracaídas, sin saber qué diablos tocaba hacer en un cargo tan importante. Ambos quieren pelear con sus vecinos, despotrican contra los organismos internacionales como la ONU, la Otán, la OEA, etcétera; amenazan con guerras y cuando quieren pelar los dientes en realidad pelan el cobre. Uno y otro estimulan el odio hacia quienes no piensan como ellos; hacen señalamientos; se autodenominan salvadores; en fin… Insisto: patéticos.

La nueva confirmación de esto la estamos viendo desde el fin de semana, luego de que Trump –en otro ataque de verborrea– insinuó que no descartaba una intervención militar de Estados Unidos para resolver la crisis en Venezuela; propuesta aplaudida por los belicistas de siempre, a quienes se les hacía agua la boca recordando la invasión de Panamá en 1989. Por supuesto, se trataría de una decisión ridícula y peligrosa a todas luces, pues sería como tratar de apagar el fuego con gasolina. Si en las actuales circunstancias vemos innumerables desmanes en las principales ciudades del vecino país, ¿se imaginan el caos que se desataría en caso de que los marines llegaran a ‘arreglar’ las cosas?

Como dato histórico, recordemos que en la operación contra Noriega perdieron la vida centenares de panameños –las cifras más moderadas hablan de 600 muertos y algunas organizaciones calculan que hubo más de 4.000–. Y si a eso sumamos el desmadre que se apoderó de las calles, con saqueos y vandalismo incluidos, lo que algunos ven como una solución para Venezuela sería una verdadera hecatombe con un derramamiento de sangre de proporciones incalculables.

Pese a que Trump debe saber que hoy por hoy no es viable una acción de sus tropas en América Latina, su incontinencia verbal pudo más y con sus declaraciones le dio combustible a Maduro para agitar las banderas nacionalistas y asumir el papel de víctima del imperio. Gracias a esta calentura de Mr. President, el sátrapa venezolano ha encontrado la disculpa perfecta para dedicarse a arengar a sus huestes con el caballito de batalla antiyanqui y para convocar a toda la población a participar a finales de agosto en unos ejercicios cívico-militares dizque para “defender la Patria” de la agresión.

Y en medio de este mano a mano de amenazas y contraamenazas, pasó por Cartagena el vicepresidente gringo, Mike Pence, con quien Juan Manuel Santos estrenó su Nobel de Paz para dejarle en claro que América Latina no necesita iniciar nuevos conflictos sino apagar viejas guerras; posición que ha sido secundada por varios presidentes de la región, desde Chile hasta México, que rechazan una respuesta armada para sacar de aprietos a los venezolanos, en una actitud que le ha dado nuevo oxígeno al régimen bolivariano.

En resumen, las bravuconadas de Trump no sirven para nada, excepto para alimentar las bravuconadas de Maduro, que también son inútiles. Pero, eso sí, a ambos les resultan muy útiles para mojar prensa. Que entre el diablo y escoja.

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Colofón. Muchos aplauden el hecho de que Mike Pence reitere con firmeza que Estados Unidos no va a aceptar una dictadura en el hemisferio. Lástima que el Vicepresidente no se manifieste con esa misma vehemencia contra regímenes como los de Arabia o China, cuyos líderes no se distinguen por respetar los derechos humanos ni las libertades individuales de sus ciudadanos. El mono sabe en qué palo trepa.

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