Trump’s Wars

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Las guerras de Trump

Israel no necesita mover un dedo: el presidente de Estados Unidos es su mejor soldado

Apenas llegado a Davos, Donald Trump escupió su veneno sobre los Palestinos. No le bastó con haber violado la ley internacional declarando a Jerusalén “capital” de Israel, sino que ahora reclama una capitulación total por parte de los Palestinos, borrando de un golpe más de 60 años de resistencia frente a las colonizaciones y al destierro de la mitad de la población palestina. El magnate norteamericano, hoy el hombre más poderoso del mundo, exige a las víctimas arrodillarse ante la política de Benjamín Netanyahu a cambio del mantenimiento de la ayuda de su Administración a la Autoridad Palestina.

Nunca, desde su creación en 1948, Israel gozó de un aliado tan ferviente en la Casa Blanca. La política adoptada después de la guerra de 1967, haciendo de EE UU el principal apoyo de Israel pero, al mismo tiempo, un elemento que podía calmar los ardores guerreros de los protagonistas, e incluso jugar el papel de garante de una paz equilibrada, ha sido destruida en unos meses: Trump, apoyando la estrategia más dura de los fundamentalistas israelíes, ha convertido EE UU en un adversario directo de los palestinos. Es una evolución extremadamente peligrosa que precipitará, casi con certeza, a una nueva generación de palestinos en los brazos de los fanáticos del lado musulmán. Más que nunca, Trump está calentando el discurso del odio contra los EE UU en Oriente Medio.

Su convicción, en cuanto a la crisis del mundo arabo-musulmán, es igual a la de Benjamín Natanyahu. Ambos consideran que estos países están descartados desde todo punto de vista del sistema tecnológico y político mundial; gravemente debilitados por la conjunción de regresión religiosa y dictaduras militares; amenazados de desagregaciones étnicas y confesionales internas; en una palabra, incapaces de afrontar la potencia conjunta israelí-norteamericana. Irán, el único país que podría levantar la voz, está inmerso en un durísimo conflicto geopolítico, económico y confesional con Arabia Saudí, que podría desembocar en una sangrienta confrontación regional. De esta visión resulta la política de fuerza pura, cínica y brutal que Trump está practicando en Oriente Próximo. Israel ya no necesita mover un dedo: las potencias petrolíferas del Golfo son sus aliadas y Trump su mejor soldado.

El resultado es fácil de prever: generará una ola de resistencia y violencia, al mismo tiempo que encerrará a Israel en una política absolutamente contraria a sus intereses a largo plazo. Pues se supone que este país quiere vivir en paz, no la que sus fuerzas armadas pueden imponer momentáneamente, sino la verdadera, aquella que lo hará aceptar como vecino legítimo y respetable porque él mismo respeta el derecho de sus exenemigos. Un gran israelí como Isaac Rabin lo había entendido; un sagaz egipcio como Anuar El Sadat también, aunque ambos lo pagaron con su vida siendo chivos expiatorios del fanatismo. Indudablemente, un hombre necio como Donald Trump no puede acceder a una sabiduría tan sencilla y humana. Prefiere incentivar nuevas guerras. Cruel demostración, otra vez como en los años 1930, de que las democracias también pueden producir monstruos.

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