George Bush, “The President of Torture”

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Ni Adolfo Hitler ni José Stalin hicieron mención alguna a esa práctica. Tanto Augusto Pinochet como el general Jorge Rafael Videla se negaron a formular razones sobre la necesidad (patriótica) de hacer confesar a sospechosos mediante “apremios ilegales”. Pero finalmente, el gobernante de una gran democracia tuvo el coraje de romper el tabú y demostrar que la tortura se ha convertido en un utensilio indispensable para defender los valores de la civilización occidental y cristiana. El ocho de marzo de 2008 George W. Bush se convirtió en el primer jefe de Estado moderno, hasta donde alcanza nuestra memoria, que expresó públicamente su defensa de la tortura. Ese día, Bush anunció su veto a un proyecto de ley que hubiese impedido a la CIA usar lo que eufemísticamente se califica de “duros métodos de interrogación” tales como la tortura del submarino.

Bush dijo en su discurso radial semanal a la nación que “no es el momento de que el Congreso abandone prácticas que cuentan con un bien comprobado récord de mantener seguro a los Estados Unidos”. Eliminar métodos que otros consideran tortura (especialmente quienes la padecen) anula “una de las herramientas más valiosas en la lucha contra el terrorismo”, explicó Bush.

Con ese anuncio, Bush rindió un bello homenaje al espíritu de resistencia del ser humano. Tras gastar en los últimos siete años casi un billón de dólares en toda clase de artilugios para combatir una entelequia llamada terrorismo (que es un método de lucha, no una filosofía ni una doctrina política), el presidente norteamericano ha tenido que admitir que ni aviones, ni submarinos, ni misiles teleguiados, ni espionaje electrónico pueden reemplazar una buena sesión de tortura. La humanidad habrá llegado a la estratósfera, y la medicina es capaz de ofrecerle más vida a un robot que a un ser humano, pero cuando se trata de doblegar la voluntad de lucha y el espíritu de resistencia de un ser humano, nada supera a un buen par de tenazas, una picana eléctrica, o un balde de excrementos en el cual un patriota es invitado a depositar su cabeza y sus esperanzas.

Jennifer Daskal, asesora de antiterrorismo del grupo de defensa de los derechos humanos Human Rights Watch, dijo que Bush “pasará a la historia como el presidente de la tortura”, al desafiar al Congreso y al permitir a la CIA usar técnicas de interrogación que “cualquier razonable observador puede calificar de suplicio”.

Un método comprobado

En Estados Unidos, los enemigos de la tortura usan un enfoque que sirve de manera inadvertida a los propósitos de Bush. Además de indicar que la tortura es ilegal, pues está prohibida por la Convención de Ginebra, uno de cuyos firmantes es Estados Unidos, quienes se oponen a los apremios ilegales aducen que no reditúa los beneficios buscados. No olvidemos que esta es una sociedad eminentemente pragmática, y todo se define de acuerdo a su valor de uso. El general retirado Harry Soyster, ex director de la Agencia de Defensa de Inteligencia, declaró hace poco a The Washington Post: “La tortura es contraproducente. Aporta mala (información de) inteligencia. Arruina al sujeto, lo convierte en un ser inútil para ulteriores interrogatorios”. Y el almirante Mark Buzby, comandante de la prisión de Bahía de Guantánamo, en Cuba, declaró al periódico “Obtenemos mucha mayor información confiable mediante el simple recurso de sentarnos, mantener una conversación y tratar (a los detenidos) como seres humanos, de una manera seria”.

Entre tanto, la revista Newsweek informó a comienzos de marzo que el gobierno canadiense se negó a usar testimonios de Abu Zubaydah, presunto dirigente de al-Qaida, en la causa seguida contra dos presuntos terroristas. El rechazo a usar el testimonio de Zubaydah es que fue obtenido por interrogadores de la CIA tras someterlo a la tortura del submarino.

Un vocero canadiense dijo a Newsweek que el director de los servicios de inteligencia de Canadá consideraba la tortura “moralmente repugnante y no demasiado confiable”.

Por lo tanto, los enemigos de la tortura son víctimas de una falacia. No hay que torturar, señalan, pues la tortura resulta ineficaz. ¿Y qué ocurre si la tortura demuestra su eficacia? ¿Es entonces aceptable? Por cierto Bush puede responderles a esos defensores de causas perdidas que la tortura sí funciona. Si fuese tan poco confiable, ¿por qué ese método se remonta a los comienzos de la historia y fue usado, entre otras reputadas instituciones por la Santa Inquisición, la Gestapo, la GPU en la Unión Soviética, la Seguridad Nacional, la Digepol y la Disip en Venezuela y por todos los defensores del patriotismo latinoamericano casi sin excepciones?

El pez por la boca muere

En los últimos meses, el método de interrogación conocido como waterboarding se ha convertido en centro de un interesante debate. Si a una persona se le cubre la cabeza con un trapo y se le arroja agua para que el trapo se pegue al rostro y le impida respirar, ¿es o no tortura? Ni siquiera la prensa norteamericana se anima a explicar en qué consiste realmente ese método. Algunos hablan de simulated drowning, o ahogo simulado. Pero, como explicó David Bromwich en su excelente artículo “Eufemismo y la violencia norteamericana” (The New York Review of Books, 3 de abril de 2008), el waterboarding consiste en ahogar realmente a la víctima, sin disimulo alguno. Lo que sucede es que el ahogo “es interrumpido” en algunas ocasiones, y la víctima se salva de morir asfixiada. En otras ocasiones, el waterboarding suele terminar con la muerte del interrogado.

Tanto el secretario de Justicia, Michael Mukasey, como el director de Inteligencia Nacional, Mike McConnell, admitieron a principios de año ante comités del Congreso que si el waterboarding se lo aplicasen a ellos, sería tortura. ¿Y si se lo aplican a otros, qué ocurre?

Según Bromwich, el secretario de Justicia norteamericano no puede admitir que la tortura del waterboarding es tortura por una sencilla razón: Si Mukasey “admite que esos actos satisfacen la definición de tortura, aquellos que realizaron los interrogatorios y quienes los ordenaron, entre ellos el presidente, pueden ser procesados por crímenes de guerra”.

Cuando Bush hizo su paladina afirmación de que no pensaba eliminar de los métodos de interrogación de la CIA, “una de las herramientas más valiosas en la lucha contra el terrorismo”, le hizo un gran favor a la humanidad. Ahora, cualquier ciudadano de cualquier país del mundo puede legítimamente presentar en cualquier tribunal de justicia –recomendamos especialmente los de Alemania, Bélgica o España, donde ya se han tratado ese tipo de casos- una solicitud de encausamiento de Bush como sospechoso de crímenes de guerra.

A partir del 8 de marzo de 2008, el mismo Bush, sin que nadie se lo hubiera pedido, se puso públicamente al margen de la ley.

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