Obama, Horizon of Change

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Cuando una sociedad democrática como la norteamericana, que mantiene intacto el vigor que la ha hecho tan admirable, quiere el cambio, el cambio de ciclo político, lo hace posible y de qué manera. Con un gran debate nacional, con un contraste minucioso de la idoneidad de los candidatos, y con un respaldo final a quien ha sabido encarnarlo mejor que nadie, primero ante su propio partido y luego ante la comunidad entera de ciudadanos.

La victoria de Barack Obama es, así, una nueva prueba de aquella idea de Hannah Arendt sobre la capacidad de la política para producir nuevos comienzos, la idea de que la política permite a las sociedades humanas volver a empezar de nuevo. Imagino que eso, sobre todo, debían anhelar las personas que apoyaron al senador de Illinois durante su larga campaña electoral: comenzar de nuevo, estrenar esperanzas. Esperanzas de paz, prosperidad económica, solidaridad social, libertad.

Y lo cierto es que en todo el mundo mucha gente ha tenido su esperanza en vilo deseando la victoria de Obama. Gentes de distintas creencias religiosas, de distintas posiciones políticas, de distintas razas y naciones. Una diversidad humana y una pluralidad política sobre las que algunos habían teorizado el choque inevitable y el conflicto irresoluble. Sin embargo, hasta en su propia biografía, Obama representa la integración de esa diversidad, una integración que es, sin duda, problemática, compleja, pero alcanzable y que, en todo caso, merece ser buscada y no desechada.

Quizá por eso, por la confianza en que los problemas pueden resolverse, en que al final se puede, Obama insiste tanto en denunciar al peor enemigo de la política: el cinismo. El cinismo tiene magníficos disfraces, se viste de conocimiento, de experiencia, de prudencia, de pragmatismo. Pero, antes o después, el cinismo siempre muestra su condición más característica, la indiferencia ante el dolor humano, ante la desigualdad, ante la pobreza extrema; indiferencia culpable, alianza con la derrota.

Lo cierto es que las luces de la ilusión y de la esperanza ilustrada suelen guiar mejor a los seres humanos que las del cinismo o el fatalismo, cuando se trata de salir de graves dificultades. Por eso, es difícil sustraerse a la empatía con un hombre que en 2002, cuando iniciaba su carrera al Senado, se manifestó abiertamente contra la guerra de Irak. Con un hombre que pensaba que el ataque a Irak, además de hacer un daño terrible a la población iraquí, además de causar mucho dolor al pueblo norteamericano, haría que muchos millones de musulmanes siguieran a los líderes equivocados en sus países.

no va a bajar los brazos frente al totalitarismo ni frente a la violencia; pero también estoy convencido de que no los levantará guiado por los prejuicios, la ira o el deseo de venganza.

Sólo gana el que sabe reconocer la victoria. Y a estas alturas sabemos que la victoria que pretendemos es la de la ley frente al poder arbitrario, la de la prosperidad frente al hambre, la de la naturaleza frente a la destrucción del medio ambiente.La de la libertad y la esperanza frente a la dominación y la resignación.

Con la victoria de noviembre, los electores le han dado a Obama una magnífica oportunidad, lo sé bien por propia experiencia; pero, sobre todo, se la han dado a ellos mismos. El proyecto de los demócratas supone una apuesta importante por la ampliación de los derechos y libertades de los ciudadanos de su país. Aspectos cruciales como la ampliación de la asistencia sanitaria deberán ser abordados en un tiempo de dificultades económicas importantes. Toda la agenda social del nuevo presidente suena bien a los oídos de un dirigente socialdemócrata europeo. Y algo parecido a una agenda progresista global no es siquiera imaginable sin el impulso político dado desde Estados Unidos.

Pero sería miope no compartir con otras latitudes políticas el cambio que se ha inaugurado el pasado 4 de noviembre. Sería torpe desdeñar la buena acogida con que los líderes europeos conservadores parecen haber recibido la victoria de Obama. Si en este sentido el cambio es contagioso, también por ello resulta saludable.

Ahora bien, la pobreza es una desgracia, no una penitencia. La gente que se encuentra en dificultades merece el respeto que se expresa con la solidaridad y con la ayuda del poder público, no es el resultado lógico e inevitable de un libre mercado distribuidor de justicia. La suerte de los demás nunca nos es ajena. Porque éstas son las ideas que anidan en el pensamiento del nuevo presidente norteamericano y que entroncan con esa aportación generosa de bienes comunes globales que Estados Unidos ha aportado al mundo a lo largo de su Historia, desde la ONU a Internet. Y el mundo está necesitado de muchos más bienes comunes.

Obama va a tomar las riendas de su país en unos momentos de crisis financiera y económica sin precedentes. Ya ha anunciado iniciativas de inversión pública, igualmente sin precedentes, para perseguir el objetivo que más le preocupa, la recuperación del empleo. Compartimos ambas cosas, los medios y el fin, como también compartimos una concepción del crecimiento económico inseparable de la lucha contra las consecuencias del cambio climático y la relevancia estratégica del apoyo a las energías renovables.

Estoy convencido de que Estados Unidos va a superar esta crisis más pronto que tarde, y que haciéndolo contribuirá también a ahuyentar la crisis global. Como asimismo lo estoy de que sabrá defender mejor que en el reciente pasado los valores en los que cree, que son también los nuestros, los de una comunidad internacional que sólo puede progresar por el camino de la prevención inteligente de los conflictos, de la afirmación y extensión de la libertad y la tolerancia, y de la cooperación al desarrollo.

Ya en Berlín, el verano pasado, el presidente electo proclamó su confianza en una Europa unida. Ahora nos toca a nosotros, los europeos, responder a esa confianza para hacer de una relación transatlántica renovada uno de los ejes centrales de estabilidad en el mundo. Es así como podremos convertir a un mundo que ya es multipolar en un orden multilateral cargado de legitimidad y por ello mismo más eficaz, para reformar el sistema financiero, para avanzar en la integración del comercio internacional y sobre todo para preservar la paz.

La victoria de Obama ha traído fuerzas nuevas al bando de la política. Aún a sabiendas de la frágil textura de las ilusiones humanas, sólo se puede hacer política con ilusión. El mismo representa el triunfo de la ilusión. Su victoria es una parte importante de la victoria. Y si la política ha producido cambio, ahora le toca al cambio producir política. No es fácil, nunca lo es, pero se puede.

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