Iran’s Fatal Error

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Error letal en Irán

EL desarrollo de los últimos y dramáticos acontecimientos en Teherán confirma que el actual presidente, Mahmud Ahmadineyad, y sus partidarios han cometido un error letal al planificar unas elecciones burdamente apañadas. Donde no se jugaba más que una diferencia de matiz entre un populista en el poder y un dirigente como Husein Musavi -más moderado, pero igualmente ferviente partidario de la continuidad del régimen- ha aparecido un vendaval popular de descontento que amenaza los cimientos de la República Islámica. Treinta años de régimen representan prácticamente una distancia de dos generaciones entre quienes diseñaron esta dictadura teocrática sobre las ruinas de la Monarquía y aquellos que están pidiendo a gritos el fin de un código de conducta asfixiante, basado en una mitología medieval. El gobierno de los ayatolás debe afrontar la paradoja de que internet y los nuevos canales de información pública desempeñen un papel esencial en los acontecimientos que tienen lugar en un país al que pretendían mantener aislado del mundo. No sirve de mucho expulsar a los periodistas extranjeros cuando cualquier ciudadano cuenta con un teléfono móvil con el que filmar y transmitir a una audiencia universal la represión que realmente se está produciendo en las calles de Teherán.

Si hubiera alguna duda sobre el apaño de las elecciones, no se puede ya ignorar que, después de los acontecimientos de esta última semana, si se repitiese la votación -y los votos fueran contados correctamente- es poco probable que los iraníes pasaran por alto los muertos, que ya se cuentan por decenas, y la responsabilidad de Ahmadineyad al optar por la represión indiscriminada. Lo que ha sucedido en Teherán estos días no es una simple protesta, reprimida con más o menos acierto, sino la rebelión masiva de una parte importante de la población, a la que el régimen ha querido asfixiar por la fuerza.

El síntoma más claro de que la situación es aún más grave de lo que parece es que hayan aparecido grietas entre la élite del régimen, con la intervención de personalidades como el ex presidente Mohamed Jatami o el Gran Ayatolah Hosein Ali Montazeri a favor de los manifestantes. Puede que no se trate más que de un intento de reconducir las protestas en el seno del régimen islámico e impedir que lo desborden, pero en todo caso sirven para seguir alentando las manifestaciones y desautorizar la voz del «Guía Máximo», Ali Jamenei, que ha pedido que cese la contestación. En cuanto a Ahmadineyad, no puede ser una sorpresa que haya empezado a acusar directamente a EE.UU. y Gran Bretaña de orquestar las protestas. Todos los gobiernos occidentales han optado hasta ahora por quedarse a una exquisita distancia de los acontecimientos, precisamente para impedir ser acusados de ello, pero es imposible seguir manteniendo el equilibrio. Ha llegado el momento de expresar abiertamente que los manifestantes son los que tienen razón y que, pase lo que pase, las relaciones con Ahmadineyad no podrán volver a ser normales, como después de tanta sangre tampoco podrán los iraníes retornar a lo que fue una pesada «normalidad» durante treinta años.

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