America Speaks: Listen, Obama

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Desconcierto en la progresía mundial. Obama se desinfla. Convertido en el presidente de la historia norteamericana con menos respaldo popular al cumplirse

su primer año de mandato, un golpe inesperado ha encendido todas las alarmas: la derrota en Massachussets, inexpugnable feudo demócrata desde 1952. En

su ofuscación, la prensa progresista ya ha tildado a la mayoría que libremente se ha impuesto en las urnas como «una mezcla de anarquismo liberal, racismo

y fanatismo religioso» (El País, 21-01-2010). Los tópicos habituales de quienes necesitan desahogarse cuando la realidad política de Estados Unidos no

se acomoda a sus deseos. Pero Obama ganó en Massachussets por 26 puntos de diferencia hace apenas un año y a buen seguro que muchos votos procedieron de

esas mismas personas que ahora son tildadas de racistas y fanáticos religiosos. ¿Fueron también racistas y fanáticos religiosos la mayoría que dio la espalda

a los candidatos demócratas en las elecciones de Virginia y New Jersey, hace apenas dos meses? Cuesta entender que Obama lograra un triunfo tan rotundo

aquél histórico 4 de noviembre de 2008 en un país con tanta gente indeseable…

La pregunta que procede es otra. ¿Qué ha sucedido para que la nueva era que historiadores, intelectuales y periodistas anunciaron con el triunfo de Obama

haya permitido esta sorprendente resurrección de los conservadores americanos? La respuesta puede irritar a muchos, pero lo confirman todas las encuestas:

Estados Unidos es una nación de centro-derecha. En 2008, coincidiendo con la arrolladora victoria de Obama, se declaraban progresistas o de izquierdas

sólo un 24 por ciento de los norteamericanos, frente al 37 por ciento de los que se reconocían moderados y el 35 por ciento que no tenía reparos en identificarse

públicamente como conservador. Estos resultados son similares a los que existen hoy, un año después, y su oscilación es apenas significativa desde que

comenzara a realizarse este tipo de encuestas, hace décadas. «Durante este periodo de ascenso demócrata –ha explicado Gerald Seib en The Wall Street Journal–,

América ha sido una nación centrista que simplemente se hartó del dominio republicano, en gran parte por las dudas acerca de la competencia del Partido

Republicano. La respuesta de los votantes fue cambiar de partido, más que de ideología». Ésta es la realidad que tanto cuesta asumir a quienes proyectan

sus prejuicios sobre la única nación del mundo que se fundó sobre una idea: la de que todos los hombres nacen libres e iguales.

Cuatro siglos después de que los primeros peregrinos del Mayflower arribaran a las costas de lo que hoy es precisamente Massachusetts, los valores de la

mayoría del pueblo norteamericano hunden sus raíces en el legado fecundo de sus Padres Fundadores, firmes defensores de la libertad individual, el poder

limitado, el gobierno austero y el derecho a la búsqueda de la felicidad sin injerencias abusivas. Y por eso, y desde entonces, los americanos conservan

una desconfianza genética hacia la expansión del poder público bajo el pretexto benefactor, que siempre se traduce en un gobierno cada vez más grande,

obligado a ser financiado con impuestos cada día mayores que reducen el margen del libre albedrío. Sólo así se entiende su rechazo a un sistema de sanidad

público, universal y obligatorio que tan empeñados en implantar están siempre los políticos progresistas.

Fue Ralph Waldo Emerson (1803-1882) el primer intelectual y escritor estadounidense en comprender plenamente la tendencia del espíritu norteamericano:

«La única regla segura se encuentra en el juego regulador de la oferta y la demanda. No legisléis. Intervenid y debilitaréis el nervio con vuestras leyes

suntuarias. No concedáis subsidios, haced leyes equitativas, garantizad la vida y la propiedad en la necesidad de dar limosna. Abrid las puertas de la

oportunidad al talento y la virtud y ellos se harán justicia a sí mismos; la propiedad no irá a parar a las manos de los malvados. En una comunidad libre

y justa, la propiedad abandona precipitadamente a los ociosos y los imbéciles y va en busca de los que se muestran trabajadores, valientes y perseverantes».

Durante el siglo pasado, la lucha por los votos en las democracias de masas engendró un régimen en el que la concepción del gobierno como benefactor se

impuso a la de guardián y garante del marco constitucional dentro del cual los individuos pueden velar por sí mismos. La democracia pasó de ser un límite

al poder a transformarse un incentivo para su intervención y para una politización siempre creciente. Estados Unidos no fue ajeno a esta deriva, pero se

mantuvo siempre más cerca que Europa de la convicción de que cada uno es dueño de su destino.

En un lugar tan simbólico para la historia de América como Massachusetts, los norteamericanos han convertido una elección puntual en un plebiscito sobre

el primer año de lo que se anunció como una nueva era. Y su voz ha sonado diáfana: el espíritu americano recela de quienes tratan de sustituir por más

gobierno el esfuerzo personal. Veremos si Obama ha escuchado.

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