The Mosque in the Sunken Ship

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Las noticias internacionales arrancan las páginas de los periódicos con una anécdota que esconde los problemas financieros y las importantes reformas que el presidente norteamericano está promoviendo. ¿Por qué si encuentran un barco del siglo XVIII en mi pueblo apenas se enteran en ningún lado? Pero si lo encuentran en las excavaciones de la «zona cero» de Nueva York todo el mundo lo sabe de inmediato y se convierte en una noticia importante.

Mi linda tierra es algo local, muy regional, que nos importa sobre todo a unos pocos, pero la megalópolis americana es una ciudad de ciudades y para muchos el faro y la chimenea de nuestro mundo, lo que ahí pasa afecta en los rincones más insospechados del planeta. Algunos dirían que se trata de un encuentro fortuito enviado por lo alto, simbólico. Es una anécdota, pero que ocurre en una de las zonas más sensibles del planeta y puede ser leída de muchos modos, especialmente en nuestro país, ahora el más importante en el panorama mundial del mundo, como no cesan de decírmelo todo tipo de personas llegados de los más remotos rincones del mundo a la ciudad de los rascacielos.

Los atentados contra las Torres Gemelas de Manhattan que abrieron el siglo XXI con un nuevo tipo de guerra que seguimos padeciendo todos cada vez que pasamos los controles de un aeropuerto hicieron de la zona donde tantos miles de personas perdieron su vida por unos fanáticos, uno de los lugares más tenebrosos del mundo. Rodeadas por majestuosos edificios, unas ruinas profundas y llenas de barro se abren como una herida inmensa en el país más poderoso del orbe. Los debates han llenado la posible reconstrucción de este lugar con escombros mentales, especialmente cuando todo el mundo se enteró de la idea de construir una mezquita en los nuevos edificios que reemplazarían a los destruidos por los terroristas. Para muchos es como un sarcasmo, una broma pesada, pues los que las derrumbaron y mataron a tantos miles de personas conmoviendo al mundo entero lo hicieron en el nombre del islam.

Para otros es precisamente por eso lo que puede dar luz, no tanto para poner una bandera islámica en la cima de la nueva obra, sino para demostrar que EEUU puede acoger, como de hecho hace, todas las religiones que respeten la libertad y los derechos fundamentales. Lo mismo que ocurre en nuestra Europa. Esa sería la mezquita de la penitencia que tal vez enseñaría una versión sensata y amable de esa religión a las generaciones venideras. Nueva York fue una ciudad inglesa con sus torres en las iglesias como las referencias más altas. Luego fue la industrialización y llegaron las chimeneas. Actualmente son los vanidosos rascacielos de los medios de telecomunicaciones o las empresas financieras, ahora en hundimiento, como el barco que han encontrado.

Tal vez vuelvan a construir iglesias en lo alto de sus más elevados edificios, y templos budistas o mezquitas, pero está claro que los nuevos dioses del imperio son billetes que han volado desapareciendo muy lejos. Quimeras. Sin embargo un gran espíritu persiste en muchos norteamericanos y siguen creando nuevas vías para intentar seguir siendo en su ciudad más emblemática un mundo de mundos, todas las razas y creencias en un proyecto de paz.

Las maderas que ahora parecen podridas pueden juntarse y construir de nuevo el barco, o permitir su reconstrucción con otras nuevas, conservándose la estructura de una civilización llena de éxitos, pese a sus clamorosos fracasos. Hay quienes querrían plantar la mezquita en el fondo del mar más contaminado, otros preferirían reflotar el navío. Sea una cosa u otra, en la gran nave del planeta estamos todos embarcados y lo mejor será que nos llevemos bien durante el viaje por esta tierra que nadamos como si fuera un desierto arena, pero también podemos plantar oasis, y llegar al puerto deseado unidos, respetándonos.

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