Gone to Texas

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Finalmente, me he librado de explicar a algunos de mis amigos sureños quién es Javier Arenas y, sobre todo, qué es el PER. Se lo agradezco a la Providencia porque no se trata de temas agradables. Estos días he emprendido un viaje a Texas, el Estado adonde se dirigieron tantos confederados al final de la Guerra Civil en busca de un nuevo futuro y que, a diferencia de Cataluña o de las Vascongadas, sí fue una nación independiente al inicio de su Historia. De hecho, tras resistir heroica e infructuosamente en el Alamo a las tropas del general Santa Anna y aplastarlas en San Jacinto, los insurrectos tejanos crearon una nación independiente durante una década para, al fin y a la postre, entrar en la Unión. En el aeropuerto de Dallas, la ciudad donde fue asesinado Kennedy, me han recogido los Velie, un matrimonio encantador con el que tengo amistad desde hace años. Mientras me conducen a mi alojamiento entablamos conversación sobre la situación del Estado. Me corroboran que Texas está soportando la crisis económica sin apenas notarla. No resulta extraño porque se trata de una economía robusta que, de ser Texas independiente, se encontraría entre las siete primeras del mundo. Pregunto a Dan por las razones de ese éxito en medio de un tiempo de zozobra generalizada. Desde luego, no tiene que cavilar mucho para dar una respuesta. La primera razón de la prosperidad de Texas radica en que cree en la economía de libre mercado. El estado procura no intervenir en la economía y, por el contrario, impulsa la visión empresarial en la convicción de que es el único comportamiento que, al final, creará riqueza y empleo. La segunda causa es la aversión de los tejanos hacia los sindicatos. Existe una convicción generalizada de que los sindicatos son maquinarias que defienden sus propios intereses en contra de los que tienen los trabajadores. La simple idea de que haya representantes sindicales en el consejo de la empresa haría vomitar a cualquier tejano decente. Tentado estoy de preguntarle a Dan qué piensa de los trescientos mil liberados sindicales que mantenemos en España con nuestros impuestos, pero prefiero callarme no sea que nos salgamos de la autopista. Por último, en Texas existe una firme opinión de que no se deben subir los impuestos porque medidas de ese tipo sólo sirven para asfixiar a empresas y consumidores y, de esa forma, estrangular la economía. Por supuesto, para alcanzar esa meta, se practica una política de gasto público muy austero. Por ejemplo, lo normal es que no existan automóviles oficiales y que se redacte el presupuesto con rigurosa pulcritud. Ni que decir tiene que para cualquiera que sepa un mínimo de economía resulta más que claro por qué en Texas las cuentas salen bien y en España, que tiene una población ligeramente superior, van manga por hombro. Le pregunto a Dan si la política del presidente Obama no les afecta. «Obama es un socialista apenas encubierto», me responde, «en otras palabras, busca quedarse con nuestro dinero y acabar con nuestra libertad, que es lo propio del socialismo. En décadas no ha habido un presidente más impopular. O mucho me equivoco o en noviembre el varapalo que van a recibir los demócratas en las elecciones legislativas va a ser impresionante». No se puede decir que los tejanos no sepan lo que dicen.

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