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El presidente Obama anunció ayer un plan de inversión de 50.000 millones de dólares (38.800 millones de euros) en infraestructuras con un objetivo económico: crear empleo. Y con un segundo objetivo político: las legislativas de noviembre. Obama lleva meses flirteando con un tercer plan de estímulo que incluiría una rebaja de impuestos a las empresas y a las clases medias, para lo que se ha topado una y otra vez con los republicanos. Tanto Japón como EE UU, tras una rápida salida inicial de la crisis, se enfrentan ahora a un horizonte más sombrío en el que no cabe descartar una recaída en la recesión. De ahí los nuevos estímulos, una vuelta a las tesis keynesianas que nada tiene que ver con la política de austeridad promovida por las autoridades europeas, empeñadas en anteponer a toda costa la reducción del déficit público al alejamiento del fantasma de la depresión y el desempleo.

Los temores a una recaída han gravitado sobre la economía estadounidense durante las últimas semanas, hasta que hace unos días se supoque el empleo y la industria evolucionan algo mejor de lo previsto. Aun así, lo más probable es un escenario de muy bajo crecimiento, insuficiente para reducir de forma significativa una tasa de desempleo prácticamente desconocida, muy próxima al 10%.

Más de tres años después de su estallido, la crisis global sigue dejando notar algunas de sus consecuencias más adversas. El crédito no arranca a pesar de que el ejercicio de transparencia de las pruebas de esfuerzo en la banca europea facilitó el acceso a los mercados de algunas entidades, y de que los bancos centrales no han detenido el flujo de liquidez a través de medidas extraordinarias para paliar los problemas de la banca.

Frente a las políticas europeas de contención del gasto -en los países en los que los mercados exigían fuertes ajustes, como Grecia, Irlanda, Portugal y España, y en casos muy distintos como el de Alemania-, EE UU y Japón siguen creyendo en la inversión pública para superar la crisis. Hacen bien. Creer que lo prioritario es convencer a los mercados de bonos del propósito del saneamiento de las finanzas públicas cuando el crecimiento es insuficiente para crear empleo es olvidar algunas lecciones de la historia. Tanto Japón como EE UU tienen deudas públicas ciertamente elevadas, pero nadie sospecha de la solvencia de ambos países.

A los mercados puede inquietarles más un horizonte de debilidad en la actividad económica, en el empleo y en la generación de rentas suficientes para que la recaudación impositiva crezca. Y es que sin crecimiento económico y de las rentas de los agentes es muy difícil pagar las deudas. De ahí que el fundamentalismo ideológico no sea el mejor acompañante para tratar de garantizar un comportamiento de las economías que procure el empleo. Si en el seno de los países avanzados se asume de forma desigual este planteamiento, la recuperación global será, en el mejor de los casos, tibia y lenta.

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