The Hegemonic Torch

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La hegemonía norteamericana se vio precedida por la británica. Normalmente se acepta que esta última prevaleció durante el período comprendido entre el triunfo de Waterloo en 1815 y el fin de la Primera Guerra Mundial en 1918. La hegemonía estadounidense, por su parte, se inicia en 1945. La etapa comprendida entre las dos guerras constituyó una suerte de tierra de nadie, en la que el Reino Unido resultaba demasiado débil para imponer su hegemonía y Estados Unidos no se decidía a imponer la suya, en virtud del aislacionismo que prevalecía entre su población. No hubo, sin embargo, resistencia alguna por parte de Londres al pase de antorcha a Washington, heredero natural en historia y cultura.

Estados Unidos parece estar llegando al final de su ciclo, por la misma razón que lo hizo el Reino Unido y todos quienes lo precedieron en esta posición de preeminencia: los límites impuestos por la propia economía. Efectivamente, las potencias hegemónicas no dejan de serlo por deseo sino por necesidad. Con una deuda de trece millones de millones de dólares, Estados Unidos estaría agotando su combustible para el liderazgo planetario.

En su obra The Frugal Superpower, Michael Mandelbaum, uno de los cientistas políticos más prestigiosos de Estados Unidos plantea claramente esta realidad. Algunos de los párrafos del libro hablan por sí solos: “De acuerdo a los estimados de la Oficina de Presupuesto del Congreso, los déficit anuales (del país) podrán estar superando al millón de millones de dólares por toda una década a partir de 2009… Mientras más grande la deuda mayor es el costo de su servicio. Ese costo alcanzará al 10 por ciento del total del presupuesto federal para 2011 y 17 por ciento para el 2019… La era (del liderazgo mundial) está llegando a su fin. En el futuro Estados Unidos tendrá que comportarse cada vez más como un país ordinario” (New York, 2010).

La propia secretaria de Estado, Hillary Clinton, se hizo eco de esta situación en un discurso pronunciado el 9 de septiembre en el Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York. Al referirse al impacto de la deuda estadounidense sobre la política exterior del país, señaló: “Ello socava nuestra capacidad para actuar en persecución de nuestros intereses y nos impone limitaciones en aquellas áreas donde esas limitaciones resultan más indeseables… Esto proyecta a la vez un mensaje de debilidad internacional”.

El declive de Estados Unidos viene acompañado del rápido emerger de China, país que acaba de pasar a Japón como segunda economía mundial y que se apresta a acceder al primer lugar en 2030. ¿Sabrá Washington adaptarse a este cruce de curvas ascendente y descendente? A juzgar por el presupuesto en defensa solicitado para 2011 (708 millardos de dólares y 6% por encima del pico en la era Bush), pareciera que no. Más aún, Washington busca contener el avance de Pekín desde su propia esfera natural de influencia: el Mar del Sur de China y el Mar Amarillo. Al primero lo calificó como zona de “interés nacional” para Estados Unidos, mientras que llevó a cabo ejercicios bélicos en el segundo. Esta defensa palmo a palmo de su primacía no augura, desde luego, nada bueno para las próximas décadas.

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