WikiLeaks: The Third Blow

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Wikileaks ha vuelto a golpear, esta vez con mayor contundencia, y con efectos políticos todavía más demoledores que en sus dos anteriores operaciones en que tuvo en su punto de mira a Estados Unidos: la difusión del vídeo ‘Asesinatos colaterales’ con imágenes de una matanza de civiles en Bagdad en 2007, difundido en abril del pasado año, y los 90.000 documentos de la guerra de Afganistán publicados el pasado mes de julio, seriamente comprometedores sobre el comportamiento de las fuerzas norteamericanas, su capacidad para combatir a los talibanes, el doble juego practicado por los servicios secretos paquistaníes y los errores y las bajas civiles. Esta vez, tal como se había anunciado, son casi 400.000 documentos los publicados en la web de la organización informativa, referidos a todo tipo de abusos, incidentes armados, asesinatos de civiles, torturas y vejaciones infligidas tanto por las tropas norteamericanas como por sus aliadas iraquíes desde el 1 de enero de 2004 hasta el 31 de diciembre de 2009, pocos días antes de que Obama entrara en la Casa Blanca.

Los documentos son mensajes e informes intercambiados por las tropas norteamericanas y, como en la anterior ocasión, ilustran de forma exhaustiva hechos sobradamente conocidos respecto a los desastres de la guerra y al comportamiento de las tropas. Esta filtración ha proporcionado en todo caso pruebas contundentes sobre el número de civiles fallecidos en incidentes armados en el período de seis años abarcado, la mayor parte víctimas de numerosísimos incidentes cruentos y no de matanzas masivas. Estas cuentas elevan el número de muertos acreditados desde 2003 a 150.000 personas, el 80 por ciento de las cuales civiles, según la organización Iraq Body Count que ha analizado los documentos. También se ha podido acreditar la intensa participación iraní en la guerra civil iraquí entre chiitas y sunitas.

A pesar de la abundante información en bruto aportada por Wikileaks, lo más importante es el hecho mismo de su publicación y el momento, cuidosamente elegido apenas a una semana del martes electoral americano en el que Barack Obama se juega la mayoría demócrata en la Cámara y en el Senado. Estamos ante un terremoto político que afecta a los servicios de información y a documentos reservados, y pone en cuestión el mantenimiento de los secretos militares en la época de la globalidad tecnológica. No hay que olvidar que en países como Rusia o China, donde hay un intenso control sobre la telefonía e Internet, no hay filtraciones de este tipo y no las habrá en un tiempo muy prolongado sin límite en el horizonte.

La filtración, además de interferir en la campaña norteamericana, significa un duro revés para la imagen exterior de Estados Unidos, principalmente en el mundo árabe y musulmán, donde Obama había invertido más esfuerzos para dar la vuelta al desprestigio sufrido en los últimos años, principalmente con la guerra de Irak. Aunque Obama no aparezca como directo responsable de las actuaciones realizadas por los soldados norteamericanos bajo el anterior presidente, no es posible hacer abstracción de las numerosas continuidades entre ambas presidencias, empezando por la permanencia del secretario de Defensa, Robert Gates, nombrado por George Bush y siguiendo por la política de ‘no mirar hacia atrás’ practicada por Obama, que ha querido evitar el revanchismo anti Bush en todo momento.

La publicación siembra también la cizaña entre Estados Unidos y sus aliados, que no pueden tomar estos numerosos datos meramente a beneficio de inventario, tal como se ha podido comprobar ya en Reino Unido y Dinamarca. Son numerosos los gobiernos y las instituciones internacionales que quieren pedir explicaciones a Washington, que desde julio ha hecho numerosos esfuerzos para evitar que se publicaran los documentos. Queda además sobradamente desacreditado el régimen iraquí instalado tras la invasión, cuyas abusos y violaciones de derechos humanos no desmerecen en algunos casos respecto al régimen anterior.

Los esfuerzos para evitar la difusión de los documentos son quizás el elemento determinante para valorar la decisión de Wikileaks, que constituye una prueba de fuerza entre una pequeña organización casi clandestina y sin ánimo de lucro y la primera superpotencia y una prueba definitiva sobre las nuevas formas de reparto de poder en el mundo, en la que no cuentan únicamente los Estados sino numerosas organizaciones globales de carácter privado. Pero esto forma parte de otro capítulo, en el que no se puede hacer abstracción de la personalidad y del protagonismo de Julian Assange, el hombre que ha desafiado el poder de Barack Obama.

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