Against Sickness and Medicine

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La política global todavía es americana. No hace falta ni siquiera que se produzca una elección presidencial para que la atención de medio planeta se fije en el funcionamiento de las urnas en Estados Unidos. Sabemos cómo va a condicionar la acción internacional del presidente Obama, a la cabeza de la que es y seguirá siendo todavía durante largo tiempo la primera superpotencia, pero estamos también atentos a las decisiones que marcan tendencia en el mundo, como es el caso de la iniciativa popular para la legalización de la marihuana derrotada esta noche en California. Si Washington lidera el mundo, la sociedad norteamericana es el espejo en el que nos miramos y atisbamos horizontes futuros. Poco de todo esto sucede con las nuevas potencias emergentes, en muchos casos organizadas alrededor del hermetismo y la arbitrariedad. Estados Unidos, por contraste, proporciona un espectáculo excepcional de transparencia y de equilibrios, de forma que a estas horas ya casi podemos saberlo todo sobre la nueva distribución del poder, que atará todavía más las manos a Obama, y de las razones que han movilizado a los conservadores para ir a las urnas y han desmovilizado a los progresistas que arrollaron en la última elección presidencial.

El pésimo funcionamiento de la economía, y más en concreto la incapacidad de Obama para crear empleos, es el motivo central de la derrota electoral demócrata de esta pasada noche; algo previsible y común en democracia. Esta crisis se llevará por delante a muchos gobiernos y a muchos gobernantes: no iba a ser menos el Partido Demócrata. Sucede en todas las crisis, pero sucederá más todavía en ésta, porque es una crisis de cambio de época y de modelo, que coincide con un desplazamiento de poder económico y geopolítico en el mundo. Pero en el caso norteamericano, al contrario de lo que sucede en Europa, la crisis enerva los reflejos antigubernamentales de los ciudadanos, que en vez de centrar sus temores en la preservación de derechos sociales como sucede con los europeos, temen que desde Washington se aproveche la coyuntura para aumentar el tamaño del Estado, de los impuestos y de la intervención del Gobierno en la economía. No les gusta ni la enfermedad ni las medicinas.

Toda jornada electoral norteamericana bate algún record. La mayoría republicana en la Cámara de Representantes, 60 escaños según los últimos sondeos, es la mayor desde 1948, coincidiendo con el inicio de la Guerra Fría. El gasto acumulado en el conjunto de las campañas electorales también es probablemente el mayor de la historia. Y sin datos precisos en la mano cabe imaginar que ninguna elección de mitad de mandato norteamericana, es decir, sin que estuviera en juego la figura presidencial, ha sido seguida con mayor atención en todo el mundo. Las expectativas levantadas por la presidencia de Obama han sido tan elevadas que necesariamente sigue atrayendo y fascinando una elección que matizará su capacidad de acción y de influencia.

En algunos lugares del planeta como Oriente Próximo la correlación de fuerzas entre el Congreso y la Casa Blanca se observa con la misma o incluso mayor atención que los avatares de la política global. Las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos se hallan paralizadas por los desacuerdos entre los negociadores sobre los asentamientos judíos en territorio palestino, pero sobre todo pendientes del nuevo rumbo que tomará Obama a partir de hoy, una vez tome las medidas de la nueva distribución de poder parlamentario. Si la política global todavía es americana, la política local también está condicionada en muchos lugares del globo por lo que suceda en Washington. Estados Unidos ya no es la superpotencia única, capaz de dictar en solitario el rumbo global, pero la mayoría del planeta no tiene otra referencia en la que buscar las señales que nos orienten: las otras potencias sólo emiten señales para sí mismas o emiten señales confusas o ni siquiera permiten que nos asomemos a sus decisiones. De ahí la fascinación que suscita la democracia americana y su prodigiosa capacidad para equilibrar y matizar victorias y derrotas, por fortuna todavía no superada por las nuevas fascinaciones que levantan las decisiones impenetrables de Pequín o de Moscú.

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