Homosexuals in the Armed Forces

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Esta portada de Time es del 8 de septiembre 1975. El hombre que parece en la portada se llamaba Leonard Matlovich. Fue criado en un ambiente políticamente conservador, y en los años sesenta se presentó como voluntario para ir a Vietnam. Sirvió tres destinos completos en ese país, y fue herido al pisar una mina.

Hizo, así pues, lo contrario que otros muchos patriotas de tercera división que ahora se arrogan el derecho de envolverse con la bandera estadounidense, la misma que utilizaron como taparrabos para ocultar su falta de valor para defender al país que les ha permitido prosperar en la vida. Gente como Dick Cheney, que tuvo el cinismo de decir en las sesiones para su confirmación como secretario de Defensa que no había ido a Vietnam “porque tenía cosas más importantes que hacer”. Supongo que entre esas cosas está ser detenido dos veces por conducir borracho.

Al contrario que el cobarde de Cheney, Matlovich fue un soldado ejemplar. Pero tenía un problema que le incapacitaba para ser militar: era homosexual. En 1973, con la colaboración de la Unión Americana para las Libertades Civiles (ACLU), Matlovich anunció públicamente su condición. Dos años después, fue expulsado de la Fuerza Aérea, por negarse a firmarse un surreal documento en el que se comprometía a no volver a realizar actos homosexuales.

La tumba de Matlovich, en el Cementerio Histórico del Congreso—uno de los lugares imprescindibles de Washington que, sin embargo, nadie visita—tiene un impresionante epitafio: “Cuando estuve en las Fuerzas Armadas me dieron una medalla por matar a dos hombres y me expulsaron por amar a otro”.

El sábado 18 de diciembre el Senado de EEUU acabó (con el voto demócrata y de un puñado de republicanos, sobre todo del Norte y del Noreste, más centristas que sus correligionarios del resto del país) con este absurdo histórico de que sólo los heterosexuales puedan servir en las Fuerzas Armadas. Los homosexuales podian, pero solamente si ocultaban su identidad sexual. Un absurdo, un desporpositico, y una estupidez.

Es un absurdo porque, si las mujeres pueden, los homosexuales también deberían. Una cosa es servir y otra tener relaciones sexuales. Eso no está permitido entre hombres y mujeres (yo conozco un sargento de los ‘Marines’ que fue expulsado por tener sexo con una superior). Y, en cuanto a comportamientos ‘aberrantes’, pregúntenles a los heterosexuales, y les contarán ‘divertidas’ historias acerca de maratones de sexo realizadas, por ejemplo, por mujeres soldados de la Fuerza Aérea, la misma que no podía aceptar al ‘aberrante’ Matlovich, en las que las militares compiten para ver quién es capaz de pasarse a más compañeros por la piedra.

Lo cierto es que, más allá de la justicia de la decisión, las Fuerzas Armadas de EEUU necesitan como el comer a los soldados homosexuales. El Pentágono está ampliando personal para las guerras del futuro, que cada vez necesitaran más tropa y más expertos en inteligencia (y probablemente menos misiles ultrasofisticados y menos tanques, salvo que la crisis de Corea acabe resolviéndose a cañonazos). Y cada año hay alrededor de 41.000 estadounidenses que no se alistan en las Fuerzas Armadas y otros 1.000 que son expulsados por su orientación sexual.

Así pues, el reconocimiento a Matlovich llega tarde. Pero, al menos, con 37 años de retraso, a EEUU no le ha quedado más remedio que darle la razón.

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