The Highest Filth

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Que el siete veces campeón del Tour de Francia se haya dopado en un mundo como el del ciclismo, en el que para nadie es un secreto, es algo normal, no habla tan mal de Armstrong como de quienes tienen a su cargo los controles, quienes no han podido, ni podrán, desarrollar tecnologías más eficientes que las que emplean los ciclistas para doparse sin ser descubiertos. Muchas muertes y juicios de valor injustos se podrían evitar si se legalizara el dopaje y los esfuerzos tecnológicos se emplearan para controlar la salud de los deportistas.

Lo que realmente me inquieta es que el mundo dispara sus ráfagas de repudio contra un ser humano que se acostumbró a ganar, por cuenta de aquella máxima maquiavélica que mueve al mundo actual, que dice que el fin justifica los medios. Armstrong venció al cáncer, ganó siete veces el Tour; el superhéroe de la humanidad. Pues Armstrong se comió el cuento y construyó su vida sobre la obligación de triunfar, siempre evadió a la derrota, la misma que hoy lo acecha.

Alta cuota de responsabilidad tiene, pues el hecho de que todos violaran el reglamento no lo justificaba. Hubiera sido un héroe si se hubiera atrevido a denunciar lo que sucedía y a liderar la abolición de esa cultura inservible del control antidopaje. Sin embargo, es menester guardar los rifles, pues somos nosotros, los que integramos y hemos construido esta sociedad, este inconsciente colectivo que mide a los de la misma especie con el rasero del resultado, los que hemos propiciado que existan estos héroes de papel. Mientras no aprendamos como sociedad a darle la misma importancia a cómo se buscan las metas que al resultado, nada va a cambiar. Graduaremos a muchos de ídolos para después convertirlos en escoria.

Si observáramos la vida de los demás con los ojos con los que miramos la propia, sabríamos que es tan héroe el que terminó de último como el campeón, o el que no llegó pero lo intentó. Sabríamos que la derrota, como la victoria, son parte de la vida, y que, como dijo Bielsa, son muchas más las derrotas que las victorias. No se trata de valorar la mediocridad, se trata de aprender a perder sin temor a sentirse fracasado, de aprender a ganar sabiendo que no siempre será igual y de aprender a disfrutar el camino que se recorre.

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