Summit of the Americas

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La Cumbre de Panamá será recordada por el primer encuentro formal entre los presidentes de EE. UU. y Cuba y la continuación del proceso de deshielo entre los dos gobiernos iniciado hace casi dos años, con la mediación de la Santa Sede y Canadá.

Mientras Obama miró hacia el futuro, Castro inició su discurso en 1898 y pasó 48 minutos abusando de la paciencia de los presentes con inútiles repeticiones y echando a perder la apretada agenda del evento, leyendo un discurso, lleno de medias verdades y evidentes falsedades, como cuando afirmó que el régimen recibía el apoyo de más del 97% del electorado cubano.

También Stalin, Breznev y Ceacescu nos tenían acostumbrados con porcentajes similares de “apoyo”. Aprovechó para culpar al mal llamado “bloqueo” del desastre socioeconómico cubano. Bloqueo fue lo que Kennedy, en octubre de 1962, aplicó alrededor de la isla, con la marina militar, para impedir que los cohetes soviéticos con ojivas nucleares llegaran a Cuba.

Lo que mantiene EE. UU. contra Cuba es un embargo comercial parcial, porque desde hace años medicinas y alimentos están excluidos del embargo. Obama tiene razón en querer levantar el embargo porque, entre otras cosas, se ha convertido en la excusa para ocultar el fracaso del modelo socioeconómico comunista, que es evidente, salvo para ignorantes y afectos de ceguera ideológica, cuando se comparan los casos de las dos Alemanias y las dos Coreas.

Correa fue más inteligente en su elenco de agravios contra EE. UU., pero al denunciar que EE. UU. no es parte de la Convención Interamericana de Derechos Humanos se olvidó decir que el régimen venezolano la denunció para evitar ser enjuiciado en la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Cristina Fernández acusó de ridículo al gobierno Obama por decir que Venezuela era una amenaza para EE. UU., “olvidando” la tardía, es verdad, pero aclaratoria al fin del Departamento de Estado, cuando explica que se trata de una fórmula jurídica obligatoria para activar atribuciones legales que permiten al presidente aplicar sanciones contra personas o países.

En el caso de Venezuela, las sanciones son contra siete funcionarios, por violaciones a los derechos humanos. En el caso de Irán, sí son contra el Estado, al prohibir la compra de petróleo, la exportación de productos tecnológicos e impedir el uso del sistema financiero norteamericano.

Maduro también abusó de la agenda con un discurso de 38 minutos, pero le ganó a Castro en historia al iniciarlo en 1815. Un discurso que fue lamentable por el tono inadecuado en un encuentro diplomático y la cantidad de estadísticas falsas favorables al régimen.

Obviamente, estaba dirigido a la “galería” en Venezuela, tratando de recuperar algunos puntos en el alicaído apoyo popular, con una retórica antiyankee, que acabó con el sentido del ridículo al mencionar que la embajada americana en Caracas era una “maquinaria de guerra” y que EE. UU. formaba parte de una conspiración para su “magnicidio” y que estuvo detrás del llamado “golpe del tucano”, donde supuestamente un solitario avión tucano, proveniente de un misterioso país vecino, tenía la misión de asesinarlo e iniciar un golpe de Estado.

Los discursos de Castro, Maduro, Fernández, Morales y Correa me recuerdan al gran Octavio Paz cuando decía: “El latinoamericano es un ser que ha vivido en los suburbios de Occidente, en las afueras de la historia” y que “América Latina tiene un retraso de 30 años en la reflexión socioeconómica y política”.

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