The Invisible Bastions

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Como estaba previsto, Donald Trump arrasó en Florida, en Illinois, en Carolina del Norte, y perdió en Ohio sólo porque en ese Estado competía con su propio gobernador; John Kasich.

Los especialistas en tradición política estadounidense no lo pueden creer, como no creían en las previas a las primarias que un magnate camorrero y vulgar pudiera alcanzar ciertos escaños y escalar ciertos niveles en la aspiración a una candidatura oficial. Ahora lo aceptan solo porque el hecho es indiscutible, pero se niegan a creer, otra vez, que tenga una verdadera posibilidad en la oficialidad de su candidatura entre el bastión del partido Republicano, el mismo que fundó el nombre sagrado de Abraham Lincoln.

Los argumentos para negarse a aceptar la posibilidad son numerosos, y suenan realmente convincentes. Sería imposible, dicen, que el propio partido acepte entregarle el aval ahora cuando ven el monstruo agigantado, indomable y dirigido ardientemente a la miedosa posibilidad de su victoria sobre el trono de Occidente; rompería todas sus banderas, piensan, y traicionaría las bases mismas del partido en sus radicalismos obscenos y en sus intereses mezquinos. No podrían aceptarlo en ese último momento definitivo, repiten dándose palmadas en la frente como un mantra de último recurso.

Dicen, con razón, que sería inconcebible ver un país multiétnico, habitado por cifras astronómicas de hispanos y musulmanes y afrodescendientes y millennials y mujeres progresistas y hombres liberales, eligiendo a su némesis de un momento a otro, justo después de un gobierno que alcanzó los máximos niveles del progresismo. Y se repiten que los mismos republicanos moderados, viendo los drásticos giros de su partido legendario y asqueados de tanta bajeza, se verán presionados a traicionarse y a entregarle su voto a Hillary, por miedo, y que el país entero se volcará en una conmoción sin antecedentes para evitar lo que hasta hace poco parecía impensable.

Podrían lograrlo, efectivamente. El terror colectivo podría detenerle su carrera salvaje y todopoderosa de dinero y populismo en la última puerta del trayecto. Pero es justamente allí donde la historia puede girar en su versión oculta y en la posibilidad más pintoresca. Los analistas de la tradición razonan y vaticinan precisamente entre la tradición, no en los bastiones invisibles de los votantes potenciales y escondidos entre los trescientos millones de habitantes de un país de contrastes, con un 50% de abstencionistas silenciosos en el centro y en el sur, donde laten los Estados no precisamente reconocidos por sus predisposiciones al progreso, y donde la supremacía racial aún tiene banderas confederadas colgadas en los techos de las casas roídas por el tiempo desde la guerra civil.

El fenómeno Trump ha calado exactamente allí, en los bastiones invisibles de las pasiones poco iluminadas por el paradigma Obama, y no son pocas. Los que se negaron siempre a votar por rebeldía a un establecimiento perpetuo, los que se rehusaron a ser democráticos por ignorancia y por simple apatía a concentrarse en debates abstractos sobre derechos humanos, o por llana indiferencia a la responsabilidad del voto, se ven ahora levantados por el discurso que les habla al oído con los argumentos del renacimiento de una nación sobre el mundo, con las afirmaciones que les reconoce su pureza racial, y con las claves exactas de una defensa contra los enemigos públicos que los une en una colectividad consciente por primera vez de la efectividad de un voto. Votarán ahora si sienten que espantarán definitivamente a sus sombras: los inmigrantes que les resta su perfección racial progresivamente, los terroristas que los quieren invadir algún día y sin opción al retorno, y el comunismo que les crea tanto escozor en su economía hiperactiva.

Parece que los analistas no están contando los votos exóticos entre una campaña exótica, y que siguen tomando por alto el humor negro de la historia y del tiempo y sus tendencias a escupirle en la cara a los axiomas. Parece que se niegan aún a entender que la historia suele comportarse en círculos, y no en líneas ininterrumpidas hacia el futuro entre las márgenes del tiempo. Tal vez los patrones históricos esta vez quieran ser piadosos con sus frágiles títeres humanos.

Si sigue el patrón del humor, el próximo noviembre Occidente podrá declararse en retorno oficial al siglo XX.

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