Thanks Obama

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Sin genuflexión, porque ni mis abuelos ni mis padres me hicieron bisagra alguna para bajar la cabeza, doy las gracias a Obama por haber visitado mi Isla. La cola que deja su breve paso tiene alcances de gran valor; ha sido la posibilidad de mover a fondo, entre todos, lo mejor de nuestro pensamiento. Ha sido la oportunidad de vindicar eso que el poeta cubano Eliseo Diego nombró «la ciudad humana, la Patria».

Sabor de siglos han tenido estas 48 horas en las cuales nos hemos vuelto a ver, Cuba adentro, con toda luz y toda sombra. Hemos vuelto a la memoria histórica con maravillosos bríos aunque —y me va a tener que disculpar el visitante— él nos ha pedido con sus palabras pronunciadas en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso que nos olvidemos del pasado, que dejemos el pasado y miremos el futuro.

Como si los cubanos pudiéramos vivir sin memoria, como si uno pudiera tener esperanzas sin recordar lo que ha vivido, sufrido y soñado.

Puedo comprender que tan pocas horas no alcanzan para explicar al actual Presidente de los Estados Unidos de América todo el dolor que nos atraviesa como lanza ardiente desde que elegimos la dignidad como nación. Eso explica que algunos hablen de acercamiento como si las dos partes, el pequeño archipiélago y la gran masa continental del Norte, hayan vivido solo «incomprensiones familiares» y debieran caminar la misma distancia hacia un punto común de encuentros. Así como así.

No quiero ser aguafiestas, pero desde que tengo uso de razón vengo escuchando y viviendo que los míos nunca han sido los primeros en desenterrar el hacha de la guerra. Yo no quiero ahora ser agria, pero en 1981, siendo aún una niña, lloré de pánico mientras otros infantes inocentes morían por dengue hemorrágico, víctimas de una de las guerras más duras que haya podido sufrir pueblo alguno.

Lloré y sufrí también cuando manos asesinas alimentadas por los que viven sueltos en Miami, financiados por la CIA, incendiaron un círculo infantil con todos los niños dentro. Me aterrorizaba la idea que un día amaneciéramos bombardeados como Vietnam, Iraq o Yugoslavia, solo por ser dignos.

¿Y ahora qué quiere Obama?: que nos olvidemos de cómo sucesivos Gobiernos nos impidieron, con feroz bloqueo, comprar alimentos, medicinas y otros bienes para desarrollarnos y alcanzar lo que hoy él clama para este «pobre y sufrido pueblo».

¿Qué nos pide? ¿Olvidarnos de cómo pudimos sobrevivir a tan irracional felonía, cuando en los dos últimos años Cuba ha sido víctima de una inhumana guerra financiera? A tal punto llegó esa persecución, sin límites, que sembró el terror en el sistema financiero mundial, incluso en sus más fieles aliados, con multimillonarias multas.

La doctrina de la cual Obama es sublime predicador nos enseñó a ser más libres. Y nos obliga a más preguntas: ¿Cómo mostrar al mundo y a nosotros mismos, en toda su plenitud, las potencialidades como seres emprendedores si habitamos un país tomado por el cuello? ¿Quién tiene la culpa de que tantos se hayan lanzado al mar y hayan cruzado fronteras en busca de una prosperidad que nos ha sido negada?

No quiero extralimitarme y confieso que no albergo rencor alguno, pero eso que escribió Alejo Carpentier en La Consagración de la primavera, donde un personaje advierte al otro que los cubanos dejarán de ver hasta una aguja por la voluntad de hacer Revolución, es una suerte que nos ha perseguido como maldición gitana desde los días fundacionales de 1959.

De corazón debo dar gracias al Presidente estadounidense, porque me hizo recordar lo más hondo y radical de nuestro José Martí, ese que conoció muy bien las dos naciones vecinas, y de quien leí que mientras los del Norte compraban, los del Sur llorábamos.

Creo que los dos pueblos podemos acercarnos, pero sin perder de vista que se trata de dos culturas y sentidos de la vida bien distintos, donde un descubrimiento mutuo solo será posible si median la humildad y las buenas intenciones.

Gracias a Obama y a su reflexión de cómo llegó a ser presidente a pesar de su origen y el color de su piel, recordé que en su país, para llegar a donde él está hace falta, como han explicado rigurosamente varios pensadores nuestros, mucho dinero, porque la libertad pasa en su sociedad por el eje del tener.

Y gracias a él también pude hacer una suerte de extrañamiento hacia nosotros mismos, y redescubrir que somos serios, lo que no significa ser solemnes per se. Serios y profundos a pesar de nuestro sentido del humor y de nuestra sonrisa permanente; y que advertimos con suma facilidad cuando otros ven en cada paisaje un set de teatro, un chance para el reality show, para tejer, como castillo de naipes, una pared de símbolos que puede desvanecerse con el primer argumento de peso.

Doy gracias a Obama, de quien me alegra se haya sentido bien acogido en mi país. Debo dárselas porque volví sobre la certeza de que más allá de paladares, calles adoquinadas, esquinas hermosas, comidas que remontaron a preciosas vivencias, somos un hondo universo que solo nosotros podemos ayudar a desentrañar y vindicar.

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