The American Dream

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Estados Unidos ha sido calificado como la nación más grande en la historia de la humanidad. Millones de extranjeros lo han elegido como patria, y se han sentido felices y “orgullosamente americanos” independientemente de sus orígenes.

Los que han logrado instalarse en esta tierra querían experimentar el “sueño americano”: tener la libertad para construir su propio destino y llegar tan alto como su capacidad y ambición le permitiesen.

A ninguna de estas personas les importó jamás que en esta nación hubiese gente mucho más rica que otra. Lo que les importaba realmente era que ellas iban a mejorar, y que existía la posibilidad de seguir progresando según sus méritos y contribuciones.

El sueño americano nunca se trató de que la gente fuese “igual”, sino de que cada cual pudiese cosechar según sus esfuerzos y su capacidad. Esta filosofía convirtió a los Estados Unidos en tierra de oportunidades.

Al no imponer límites a la libertad individual para crear e innovar (salvo el respeto al derecho de otros a hacer lo mismo), los más inteligentes y hábiles se volvían más ricos que los cómodos o menos capaces. Esto es lo normal (y lo justo). Porque habría que estar bien loco para creer que Steve Jobs (que mejoró la existencia de prácticamente todos los seres humanos del planeta) merezca lo mismo que una simple salonera.

Pues ahora se nos quiere vender otra cosa. Y se oyen voces de políticos y eruditos diciendo que la principal amenaza para el sueño americano es la creciente desigualdad, más grande que en países subdesarrollados como Nicaragua y Uruguay (sin embargo, nadie sueña con vivir ahí).

Y esta “nueva onda” ha impuesto una serie de políticas asistencialistas que sí amenazan al sueño americano. Porque incentivan una cultura de víctimas necesitadas a quienes se les garantiza lo básico y con eso se conforman.

La nación más grande del mundo está cayendo en la trampa del subdesarrollo, y matando los principios que la hicieron grande. Es insólito, pero está ocurriendo. Parece que sus líderes descubrieron “el truquito” de los gobernantes vecinos. Que se obtienen más votos diciéndole a la gente “te lo resolvemos” que invitándola a luchar por su destino.

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