Trump and the Intelligence Agencies

 

 

 

 

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Trump y los servicios de inteligencia

LOS preparativos para la toma de posesión de Donald Trump el 20 de enero están cargados de sorpresas y sus polémicas llevan camino de convertirla en una de las más atípicas transiciones presidenciales de la historia de Estados Unidos. Habitualmente, la elección zanja todas las controversias previas, típicas de campañas tan personalistas, y todo, como en el deporte, se olvida al terminar los enfrentamientos para que el presidente saliente y el entrante mantengan, cada uno, la dignidad inherente al cargo. Esta vez, las disputas no sólo no han quedado atrás, sino que, en algunos casos, se han recrudecido como sucede con la información oficial sobre la injerencia del espionaje de Moscú en la campaña electoral.

Donald Trump recibió ayer la información de las principales agencias de inteligencia y seguridad en boca de sus máximos responsables, una reunión llamada a restablecer el orden después de unos días agitados. El estilo del próximo presidente es desconcertante y guarda todavía muchos tics –y abundantes tuits– de sus meses como candidato anti- establishment. Los citados servicios –Inteligencia Nacional, FBI y CIA– investigaron las sospechas de que Rusia había hackeado a demócratas y republicanos y había filtrado documentos a Wikileaks con ánimo de favorecer al candidato republicano, elección que festejaron como un éxito propio, según grabaciones obtenidas por estas agencias, cuyos dirigentes han informado primero al presidente de EE.UU., al Senado y, después, ayer, a Trump.

Lejos de actuar con prudencia a la espera de ser informado, Trump optó por poner en duda la competencia de los servicios de inteligencia y atribuir sus conclusiones a la rabieta provocada por su elección a la Casa Blanca. Implícitamente, Trump degradaba la autoridad de unos organismos básicos en la protección de los ciudadanos y dejaba entrever su concepto poco elevado de estos. Como ya viene siendo habitual, el equipo de Trump ha atribuido las críticas al “escepticismo sano” del jefe.

Que una potencia como Rusia haya interferido en el proceso electoral de Estados Unidos es asunto que debería inquietar al futuro presidente. Los informes de las agencias concluyen que el ciberespionaje ruso no fue determinante ni en las votaciones ni siquiera en el curso electoral, pero sí que existió y a una escala superior a la que estos servicios consideran ordinaria. Sorprende que Trump ponga en duda a los organismos que son los pilares de la seguridad nacional para mantener el tono amistoso con el presidente Vladímir Putin (de ser ciertas las conclusiones de los organismos estadounidenses, se hace difícil pensar que el inquilino del Kremlin no autorizó semejante operación, que provocó la expulsión de 35 diplomáticos rusos).

En dos semanas, cuando ya tendrá su equipo al frente de estas agencias, el presidente Donald Trump deberá tomar decisiones muy importantes en materia de política exterior a partir de los datos, informes y análisis que el FBI, la CIA o el director de Inteligencia Nacional le dejen sobre la mesa del despacho oval. El desdén, entre la ironía y el desprecio, mostrado por Trump en el episodio del espionaje cibernético ruso sólo hace que debilitar el prestigio de Estados Unidos en el mundo. Decir que estos organismos actúan a la ligera o por razones electorales es quitarles legitimidad y moral en su trabajo, nada sencillo, en Estados Unidos…. y en el resto del mundo.

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