The Open Wars of Donald Trump

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Las guerras abiertas de Donald Trump

El nuevo inquilino de la Casa Blanca ha lanzado sus municiones directas o indirectas contra México, América Latina, Europa, China y Oceanía.

09 de Marzo de 2017

Por Rina Mussali*

¿Cuántos frentes de guerra ha abierto Donald Trump con el mundo al ejercer la Presidencia más poderosa e influyente del planeta? En un mes y medio el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha lanzado sus municiones directas o indirectas contra México, América Latina, Europa, China y hasta Oceanía con la llamada telefónica que irritó al primer ministro de Australia, Malcolm Turnbull sobre el acuerdo de refugiados pactado bajo el gobierno de Barack Obama.

Pese a que la furia populista abre una ventana de oportunidad para la reconciliación entre Estados Unidos y Rusia, después del grave deterioro de las relaciones bilaterales bajo la administración de Obama, los vínculos entre Washington y Moscú no se antojan suaves ni tersos. Más allá de la voluntad política de animar la diplomacia bilateral, los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos harán choque con los cálculos geopolíticos del Kremlin.

Ejemplos de política exterior junto con otros en materia de política interna reflejan que la verdadera guerra de Donald Trump reside en deconstruir el sistema, la idea fuerza que encuentra terreno en el profundo enojo de los ciudadanos con el establishment, el statu quo, la política de siempre y con la globalización asimétrica y dispar que no reparte dividendos sino ensancha desigualdades. Hoy nos encontramos ante una lucha descarnada entre las fuerzas prosistema y aquellas que buscan golpear, revertir y desgranar el orden establecido. En palabras del estratega jefe de la Casa Blanca, Steve Bannon hay que “desmontar el sistema”.

Con esto en mente, Donald Trump gobierna con su instrumento predilecto, las órdenes ejecutivas que le permiten esquivar al Congreso a pesar de contar con mayorías en la Cámara de Representantes y el Senado y reforzar su carácter de “Presidente independiente”. Aunado a la imagen de unidad que los republicanos deben reflejar al interior del partido, lo cierto es que el repudio y distanciamiento se han apoderado de muchos legisladores del partido gobernante. Tan sólo veamos el caso de Betsy DeVos —su confirmación como secretaria de Educación se decidió por el voto del vicepresidente Mike Pence—.

A los golpes bajos con el Partido Republicano se le suma la confrontación directa con los medios de comunicación, otra consigna de Donald Trump para menguar el sistema y acallar a quien considera el “enemigo del pueblo”. Por si fuera poco, Donald Trump también ha abierto una guerra contra el orden liberal que prevaleció desde el fin de la Segunda Guerra Mundial arremetiendo contra los principios de libertad, igualdad y tolerancia. No en vano, el equipo de Trump estudia la salida de Estados Unidos del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, amenaza con abandonar el Acuerdo histórico de París para combatir el cambio climático e intimida con desconocer a la OMC si no favorece sus intereses comerciales.

En tierras americanas, la guerra con México y las relaciones con Cuba parecen ser los dos puntales más expuestos. México ignoró por mucho tiempo el fenómeno Trump, privó el silencio, el miedo e inmovilismo antes que la mesura. Nuestro país no supo destruir a tiempo la idea del muro, un agravio que resulta inútil a la hora de conocer los datos duros y tendencias. Los demonios que detentan a Trump no son nuevos en Estados Unidos cuando los hombres de raza blanca se sienten incómodos con su posición demográfica que los convertirá en minoría. Las señales del ultraconservadurismo racista, supremacista y xenófobo pulsados en el Tea Party, no merecieron el cuidado y esmero de México para invertir en una estrategia de cabildeo y relaciones públicas en Washington.

Ante la posición dudosa, titubeante y sumisa de México para contener a Donald Trump, América Latina no tiene incentivos para construir un frente común, una posición de unidad que tampoco se encuba fácilmente ante una América Latina dividida, polarizada ideológicamente, en recesión económica, corrupta y con una crisis de representatividad. Con todo y ello la era Trump debe alentar un consenso regional anti-Trump, pues el enfriamiento de las relaciones tienen como disparador el menosprecio de la agenda del desarrollo por los criterios de securitización y por la agenda antiinmigrante que busca cerrar fronteras y recrear nuevos enemigos y culpables.

Conductora y analista de Vértice Internacional y serie 2016: Elecciones en el Mundo @CanalCongreso y 360º, una visión global de Iberoamérica @CanalIbe @SEGIBdigital

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