G-19

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Pese a sus debilidades e insuficiencias, el G20 es una organización de extraordinaria utilidad. Los Gobiernos que allí se sientan representan más de dos tercios de la población del mundo, el 85% del PIB mundial y el 75% del comercio global. Entre el elitismo del club del G7 —donde solo se sientan las economías mas avanzadas de Occidente— y la inoperancia de muchas de las organizaciones de Naciones Unidas —donde se sientan todos sus miembros, 193 en la actualidad— y en ausencia de un Gobierno mundial, el G20 aúna suficiente legitimidad y eficacia para ser el foro desde donde marcar el rumbo que debe seguir la gobernanza global.

El multilateralismo es la única manera de ordenar, aunque sea mínimamente, el complejo mundo en el que vivimos, asediado por desafíos de enorme magnitud, bien sea en los aspectos económicos (comercio e inversión) o en los más políticos (cambio climático, migraciones y terrorismo). Si existe una oportunidad de que la globalización funcione en beneficio de todos, es en foros como el G20 donde esa posibilidad se puede materializar.

Ese entendimiento de la necesidad de reglas y acuerdos es compartido hoy en todas partes menos, muy significativamente, en el Washington DC que preside Donald Trump con su “América primero”, un eslogan importado, no por casualidad, directamente de los años treinta del siglo pasado, donde el proteccionismo y el autoritarismo campaban a sus anchas.

Paradójicamente, en ese desprecio por el G20 y el multilateralismo hemos encontrado este fin de semana a actores tan dispares como Donald Trump y el violento anarquismo que ha hecho de Hamburgo, no se sabe muy bien en nombre de qué ideales, fines o principios, una ciudad secuestrada por la violencia callejera.

En Hamburgo, la insistencia de Trump en desvincularse de los acuerdos sobre el clima y reservarse acciones unilaterales proteccionistas a punto ha estado de impedir siquiera la conclusión de un comunicado común. Lamentablemente, el presidente de EE UU ha marcado una vez más la agenda global con sus contradicciones y cambios de rumbo. Tras hablar en Varsovia de la crisis civilizatoria en Occidente y preguntarse si este está dispuesto a defender sus valores, obvió todos los problemas que Occidente tiene con Rusia en su primera entrevista con Putin, manteniendo a cambio incólume la hostilidad hacia México con su promesa de hacerle pagar el muro, todo ello mientras en el mejor estilo de satrapía oriental sentaba a su hija Ivanka en su silla para sustituirle en lugar de a su secretario de Estado, como dicta el protocolo, para asombro de todos los demás líderes.

La buena noticia del G20 es que sigue adelante, siquiera como G19. Por fortuna, Trump no va a lograr hacer descarrilar la globalización ni la gobernanza global, pues todos los demás Estados tienen un interés directo en asegurarla. El G0, o incluso el G1 con el que sueña Trump no va a ocurrir. Europa, que esta semana ha firmado un crucial acuerdo de libre comercio con Japón y que acaba de ratificar otro con Canadá, debe continuar apostando por el multilateralismo. Con o sin Trump.

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