Afghanistan: a Dead End

<--

Afganistán: callejón sin salida

Esta guerra ya olvidada deja unos 3.000 civiles muertos por año y 10.000 combatientes talibanes.

Un agujero negro, un callejón sin salida, pero, sobre todo, una guerra olvidada. Eso es hoy el conflicto en Afganistán. Una guerra que deja un promedio de 3.000 civiles muertos por año y 10.000 combatientes talibanes. Del lado de la coalición liderada por Estados Unidos, desde el 2001 han muerto 3.539 militares.

Pese a estas cifras, fue necesario el anuncio del presidente de EE. UU., Donald Trump, el lunes pasado, de que, al contrario de lo prometido en campaña, había decidido enviar más tropas a este país –no precisó la cantidad– para que muchos en el planeta se acordaran de que en esta nación asiática de brusca geografía todavía hay una guerra en curso. Hace 16 años, y sin señal de un próximo final. Serán más soldados estadounidenses, pero el peso de la lucha contra los talibanes seguirá recayendo en el ejército afgano.

Y es que cuando el gobierno de George W. Bush decidió incursionar allí, en el 2001, solo quienes conocían al detalle la complejidad de su sociedad y, en general, la historia de este territorio temían lo que dicha aventura podría durar.

Aquellos temores se hicieron realidad. Nada más revelador de lo que hoy enfrenta EE. UU. que la incapacidad de sus dirigentes de visualizar lo que sería en términos concretos la victoria que anhelan. Intentan forzar una negociación con los talibanes, quienes en el último tiempo han tomado un segundo aire gracias al ascenso a posiciones claves de miembros del temido clan Haqqani, responsable de los más sangrientos atentados en Kabul. Estos extremistas controlan cerca del 40 % del territorio del país; y mientras más crece el desprestigio de la actual administración por causa de la inseguridad y el terrorismo, mejores son sus perspectivas y más difícil una eventual sentada a la mesa.

Estados Unidos persiste en una estrategia que busca evitar que este país sea santuario de terroristas. Pero se resiste tanto a una intervención a mayor escala como a un trabajo que más que centrarse en lo militar le apunte a construir, con pleno respaldo y compromiso de Washington, una robusta institucionalidad que les corte definitivamente el oxígeno a los extremistas. Lo cierto es que ninguna de estas dos alternativas es, por ahora, viable, y el fantasma de Vietnam acecha.

About this publication