The Slow Puerto Rican Demise

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La precaria situación de Puerto Rico se remonta a 1898, cuando España la “vendió” a EE. UU.

La oscuridad es total en la isla. Hace ya varios días que pasó el devastador huracán María y los hombres, mujeres, niños y ancianos siguen en estado de supervivencia. La población malvive guardando un poco de agua en baldes, sin electricidad ni agua corriente. El calor es abrumador. Han muerto más de 30 puertorriqueños –que se tenga registro– aunque se teme que hayan muerto muchos más en el violento sacudón del huracán. No hay electricidad, no hay internet, no hay forma de comunicarse con el exterior.

Muchos de los estadounidenses que han llegado con cuentagotas para ayudar prefieren pasar los días en hoteles de lujo en San Juan disfrutando de comida caliente, electricidad, bebidas alcohólicas mientras que afuera se vive un apocalipsis de miles de personas cuyas casas son ahora cuatro palos y un trozo de latón.

Pero la precaria situación de Puerto Rico no es reciente; se remonta a 1898, cuando España la “vendió” a Estados Unidos. Desde entonces, no ha sido ni estado de EE. UU. ni república independiente. Es colonia. O al menos así se la trata. Los puertorriqueños reciben pequeños beneficios del amo, como la ciudadanía estadounidense, pero no pueden votar en las elecciones presidenciales y no tienen una representación real en el Congreso. Pero, eso sí, deben pagar impuestos, al mejor estilo de las encomiendas coloniales del siglo XVI.

El huracán destrozó, pues, las paredes y techos de miles de casas, pero también dejó al descubierto la injusta e inequitativa relación a la que se vio forzada la isla hace más de un siglo. La cooptación de parte de EE. UU. los ha dejado en un limbo donde, incluso, deben rogar por presencia gubernamental durante tragedias brutales como el huracán María.

Está claro, como recuerda Dr. Jacqueline Font, de Creighton University, que no todos los estadounidenses son iguales ante la Ley y que todavía persiste la malsana relación amo-esclavo que se replica en la opresión que ejerce EE. UU. sobre Puerto Rico.

Esto ha afectado a los más vulnerables: los más de 5.000 puertorriqueños que deben someterse a diálisis de forma rutinaria, los niños internados en el hospital infantil San Jorge, los ancianos que requieren medicamentos vitales, las mujeres embarazadas, los jóvenes que se han fracturado piernas o brazos durante el huracán: la inmensa mayoría no tendrá acceso a un solo médico en los próximos meses.

La precariedad tras el embate de María los ha enviado de vuelta a la Edad Media en una sola noche. Pero Donald Trump no se inmuta, y en su breve visita a la isla se limitó a lanzar rollos de papel de cocina a los damnificados, como si se tratara de sobras de comida lanzadas a sus mascotas.

La visita de Trump se dio después de acusar a los puertorriqueños por no poder salir solos de una emergencia humanitaria y de atacar a la valiente alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz, con tuits difamatorios. Cruz ha solicitado ayuda para su pueblo en todos los tonos y en todos los medios posibles, y ha dejado clara su resistencia contra la actitud burda y displicente de Donald Trump.

En una entrevista con Jorge Ramos, en Univisión, usó una camiseta con la palabra ‘Nasty’, que hace referencia a la frase ‘nasty woman’ (mujer sucia) que usó el presidente de EE. UU. para referirse a Hillary Clinton durante la campaña presidencial. Hoy la usan miles de mujeres como símbolo de resistencia, y evidencia la gallardía de la alcaldesa puertorriqueña.

La verdad es que, aparte del debate sobre la deuda de Puerto Rico o qué tan estadounidense sea, sin duda le corresponde una ayuda equivalente a la destinada a Miami y a Houston. Los puertorriqueños fueron comprados como quien compra esclavos, por Estados Unidos, y su condición de colonia moderna los hace totalmente vulnerables ante los embates de la naturaleza. El pueblo boricua merece un apoyo irrestricto de parte de la nación que los cooptó y debe darse de forma inmediata, y que sea este motivo para replantear la relación esclavista que Estados Unidos mantiene con la violentada isla caribeña.

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