When the French Were Learning German

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Cuando los franceses aprendían alemán

En pleno centenario del armisticio de la I Guerra Mundial, Donald Trump ha sumado en París otro gran hito en el deterioro del vínculo transatlántico.

Ha insultado a los franceses, les ha recordado que Alemania ha sido su enemigo histórico y ha vuelto a exigir a los europeos que aporten más dinero a la OTAN. Todo ello, para intentar dividir más a la UE y para atacar su aspiración de tener un Ejército autónomo. Con su agresividad, sin embargo, el presidente norteamericano ha reforzado a los partidarios de la Europa de la Defensa y se ha consolidado como un aliado no fiable.

En el cisma entre progresistas y nacionalistas en la UE, Trump ha vuelto a apostar por los segundos. Por eso, mientras 200.000 soberanistas desfilaban el pasado domingo en Varsovia al grito de “Dios, honor y patria” —¡siglo XXI en Europa!—, el mandatario prefería arremeter contra Emmanuel Macron, el principal ariete contra ese nacionalismo.

En su afán por resquebrajar Europa, Trump ha intentado ahora incluso enfrentar a Berlín y París, cuya reconciliación es la base del periodo de paz más largo en la historia de Europa. Recordaba Trump que, cuando los americanos desembarcaron en 1944 en Normandía, los franceses “estaban empezando a aprender alemán”.

En efecto, Francia y toda Europa deben a las tropas estadounidenses la recuperación de sus libertades, pero Trump olvidó añadir que eso fue posible porque el entonces inquilino de la Casa Blanca, Franklin Delano Roosevelt, no aplicó el excluyente American First que hoy impera en Washington.

A esa omisión del presidente estadounidense se une otra relativa a esas aportaciones económicas a la OTAN. Si persigue, como dice, rebajar la aportación de EE UU y que Europa se responsabilice más de su defensa, debería estar encantado, porque la creación de ese Ejército propio sería “la demostración de que ya no es posible una guerra entre europeos”, como ha dicho la canciller Angela Merkel.

Pero no, los reproches de Trump a Europa deben esconder otro doble objetivo. De un lado, que los países europeos mantengan en la OTAN políticas de defensa acordes con los intereses estratégicos de Washington y, de otro, que sigan adquiriendo avanzado material militar made in USA.

El último ejemplo se ha producido en Bélgica. El Gobierno, ante el estupor de su Parlamento, acaba de adquirir 34 cazas norteamericanos F-35 en lugar del europeo Eurofighter con el argumento de que están preparados para transportar bombas nucleares B-61 estadounidenses.

“Júzguenme por los enemigos que me he ganado”, pidió un día Roosevelt. Trump acumula ya demasiados. No debió escuchar a Macron cuando, ante 80 mandatarios, aseguró que el centenario del armisticio será el símbolo de una paz duradera o “el último momento de unidad antes de que el mundo se sumerja en un nuevo desorden”. El líder de la primera potencia ha dado en París otro empujón a favor de la segunda hipótesis.

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