McCarthy’s Ghost Haunts the White House

<--

El fantasma de McCarthy ronda la Casa Blanca

Ante las elecciones en Estados Unidos de 2020, la estrategia del presidente Trump para relegirse está planteada. Es claro que des-de ahora ha decidido jugar la carta del racismo, la xenofobia y la escatología protofascista que le caracteriza.

Insulto sin disculpa

La gravedad del insulto a cuatro jóvenes legisladoras cuan-do Trump las acusó de odiar a Estados Unidos y las conminó a regresar a la tierra de la que son originarias –tres de ellas nacieron en ese país y una en Somalia, pero es ciudadana estadunidense– fue una demostración patente de su racismo y de la estrategia para relegirse.

Agredir e insultar de la forma más soez a quienes lo critican y discrepan de él, y de esa manera enardecer los más bajos instintos de los que por extraviadas razones lo apoyan, fue su estrategia para ganar la presidencia y ahora para un segundo mandato.

Su nativismo trasnochado al pregonar que las oleadas de protestantes que colonizaron las tierras que pertenecieron a los indios son los únicos con el derecho natural a vivir en el país que él gobierna, es una trampa que sólo tiene cabida en la ignorancia y la estulticia de quienes piensan igual que él. Esa es la carta que Donald Trump ha jugado a lo largo de la campaña iniciada en 2015, en todo su mandato y, desde mucho antes, cuando, como propietario de edificios de departamentos, se negó rentarlos a latinos y a afroestadunidenses.

Nadie en su sano juicio pensó que un personaje de esa estirpe, cuyo mayor logró había sido como histrión en un programa de concurso, pudiera incursionar en el terreno de la política con alguna posibilidad de éxito. Fue una de las razones por las que la mayoría de los medios de comunicación descartaron de entrada sus posibilidades de ganar la candidatura del Partido Republicano.

Lo que se perdió de vista es que un sector de la sociedad estadunidense se siente agraviada por los movimientos de integración racial, y la lucha por la igualdad de género y raza que invariablemente han rechazado porque los ven como la expresión de una élite ajena a su cultura.

Trump encarnó ese sentimiento porque le era útil y también por convicción. Lo aprovechó para llegar a la Casa Blanca y lo reutiliza en su afán de permanecer en ella cuatro años más.

Al margen de lo que suceda en la elección de 2020, lo que se puede advertir es que la semilla de la discordia ha sido plantada y pudiera florecer más allá de la elección del próximo año. El terreno es fértil en una capa de la sociedad que se niega a entender que el tufo racista y xenófobo destilado por Trump está corroyendo las bases sobre las que se construyó esa nación desde el momento mismo de su Independencia y posteriormente con una guerra civil que costó cientos de miles de vidas. Trump ha logrado su cometido: dividir nuevamente a la sociedad estadunidense para aprovecharse.

Silencio del partido a conveniencia

En última instancia, el mandatario ha requerido de acólitos para lograr sus propósitos. Lo más lamentable en esta oleada de insultos en contra de las cuatro jóvenes legisladoras ha sido la actitud del Partido Republicano, cuya mayoría, fuera y dentro del Congreso, ha justificado la conducta de quien ha organizado el asalto a la ponderada democracia estadunidense, y de paso al que fuera partido de Lincoln. El silencio convenenciero e hipócrita que han mantenido los republicanos frente a la actitud del presidente es no sólo vergonzoso, sino peligroso por las consecuencias que pudiera tener en corto o mediano plazo. Algunos de sus miembros se han atrevido a denunciar a las congresistas objeto de las recriminaciones de Trump como comunistas.

¿Alguien recuerda el macartismo que costó la libertad e incluso la vida a quienes expresaron en un momento sus ideas liberales como tantos otros lo hacen actualmente?

Los síntomas son graves; la historia podría repetirse. Lo que no se sabe es si esta vez como tragedia o como una farsa encabezada por un moderno émulo de Joseph Goebbels.

About this publication