Migration Forced by Horrific Poverty

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La migración de los guatemaltecos hacia Estados Unidos, especialmente, es un doloroso fenómeno de larga data. Cuando hace algunos años, unos cuatro talvez, el gobierno presidido por el demócrata Barack Obama empezó a hablar de la dificultad de absorber a los emigrantes de habla hispana, tanto dentro de algunos sectores estadounidenses como de los de México, El Salvador y Honduras esa afirmación se calificó de exagerada, por considerarse necesaria y beneficiosa para todas las partes. Los empleadores estadounidenses se hacían de la vista gorda en muchísimas ocasiones acerca de la falta de documentos de los inmigrantes y sus familias porque en esa forma podían pagar sueldos menores al salario mínimo y con ello ellos ganaban más dinero y los precios al consumidor eran atractivos por ser menores.

Durante un largo lapso, se identificó a los trabajadores indocumentados con personas de nacionalidad mexicana, pero luego comenzó a aumentar la cantidad de personas de la ahora llamado Triángulo Norte. Conforme las condiciones económicas de México comenzaron a mejorar, se inició una paulatina disminución de ellos, mientras por otro lado aumentaban los emigrantes de otros países, como Colombia y Cuba, asentados en el área de Nueva Inglaterra (New York, por ejemplo) y en Chicago crecía el número de gente proveniente de Guatemala y los demás países de dicho triángulo, término acuñado hace poco. En el caso de los indocumentados haciendo labores agrícolas, sobre todo, el beneficio sigue consistiendo en recibir mejor paga en comparación con sus países, aunque fuera sustancialmente menor al del salario de los estadounidenses.

Las economías de los países de estos emigrantes indocumentados comenzaron a mejorar. Se generó la llamada “construcción de remesas”, debido a lo cual la fisonomía de las poblaciones cambio, convirtiéndose en una serie de casas sin una unidad de diseño. Supe de un caso. Un grupo de huehuetecos emigró para cortar naranjas en Florida donde nacieron sus hijos, quienes como sus padres, la mayoría no hablaban español y apenas balbuceaban el inglés. En una ocasión, a causa de un delito las autoridades angloparlantes necesitaban comunicarse con ellos y, ante la imposibilidad, enviaron a un funcionario de origen cubano, creyendo facilitar la comunicación en español. Falló. Trajeron de Huehuetenango a alguien para ser intérprete entre funcionarios e indígenas, quien además debía entender y explicar los términos legales. Otro fracaso.

Según datos oficiales, el índice de criminalidad de los hispanoparlantes es menor al de los “anglos”. Pero la necesidad de buscar un supuesto enemigo, cuya presencia en el país se volvió bandera de la anterior y actual campaña electoral, aunque cifras oficiales señalan el regreso de muchos mexicanos y la disminución de quienes entran, poco pero constantemente. Estados Unidos perdió la imagen de ser un país donde reinaba el criterio de recibir con fraternidad a los inmigrantes. Pese a todo, la terrible situación económica en el triángulo norte obliga a quienes , literalmente no tienen oportunidades, a enfrentarse a los desalmados coyotes, a los inhóspitos y mortales desiertos y ahora a la inhumana actitud de separar padres e hijos al llegar a la frontera hoy empalizada.

La migración de los guatemaltecos hacia Estados Unidos, especialmente, es un doloroso fenómeno de larga data. Cuando hace algunos años, unos cuatro talvez, el gobierno presidido por el demócrata Barack Obama empezó a hablar de la dificultad de absorber a los emigrantes de habla hispana, tanto dentro de algunos sectores estadounidenses como de los de México, El Salvador y Honduras esa afirmación se calificó de exagerada, por considerarse necesaria y beneficiosa para todas las partes. Los empleadores estadounidenses se hacían de la vista gorda en muchísimas ocasiones acerca de la falta de documentos de los inmigrantes y sus familias porque en esa forma podían pagar sueldos menores al salario mínimo y con ello ellos ganaban más dinero y los precios al consumidor eran atractivos por ser menores.

Durante un largo lapso, se identificó a los trabajadores indocumentados con personas de nacionalidad mexicana, pero luego comenzó a aumentar la cantidad de personas de la ahora llamado Triángulo Norte. Conforme las condiciones económicas de México comenzaron a mejorar, se inició una paulatina disminución de ellos, mientras por otro lado aumentaban los emigrantes de otros países, como Colombia y Cuba, asentados en el área de Nueva Inglaterra (New York, por ejemplo) y en Chicago crecía el número de gente proveniente de Guatemala y los demás países de dicho triángulo, término acuñado hace poco. En el caso de los indocumentados haciendo labores agrícolas, sobre todo, el beneficio sigue consistiendo en recibir mejor paga en comparación con sus países, aunque fuera sustancialmente menor al del salario de los estadounidenses.

Las economías de los países de estos emigrantes indocumentados comenzaron a mejorar. Se generó la llamada “construcción de remesas”, debido a lo cual la fisonomía de las poblaciones cambio, convirtiéndose en una serie de casas sin una unidad de diseño. Supe de un caso. Un grupo de huehuetecos emigró para cortar naranjas en Florida donde nacieron sus hijos, quienes como sus padres, la mayoría no hablaban español y apenas balbuceaban el inglés. En una ocasión, a causa de un delito las autoridades angloparlantes necesitaban comunicarse con ellos y, ante la imposibilidad, enviaron a un funcionario de origen cubano, creyendo facilitar la comunicación en español. Falló. Trajeron de Huehuetenango a alguien para ser intérprete entre funcionarios e indígenas, quien además debía entender y explicar los términos legales. Otro fracaso.

Según datos oficiales, el índice de criminalidad de los hispanoparlantes es menor al de los “anglos”. Pero la necesidad de buscar un supuesto enemigo, cuya presencia en el país se volvió bandera de la anterior y actual campaña electoral, aunque cifras oficiales señalan el regreso de muchos mexicanos y la disminución de quienes entran, poco pero constantemente. Estados Unidos perdió la imagen de ser un país donde reinaba el criterio de recibir con fraternidad a los inmigrantes. Pese a todo, la terrible situación económica en el triángulo norte obliga a quienes , literalmente no tienen oportunidades, a enfrentarse a los desalmados coyotes, a los inhóspitos y mortales desiertos y ahora a la inhumana actitud de separar padres e hijos al llegar a la frontera hoy empalizada.

Convertir a los indocumentados en amenaza nacional sólo se explica como una estrategia de la de hecho campaña política.

Mario Antonio Sandoval

En resumen, en el triángulo norte se necesita una especie de nuevo Plan Marshall, con las diferencias necesarias, entre las cuales destaca el ataque sistemático a la corrupción. La gente se ve obligada a salir, sabiendo de la segura separación familiar de quienes se van y dejan a cónyuges, parejas, hijos y padres. A mi juicio, el peor caso es el de los niños nacidos en Estados Unidos, de padres guatemaltecos. Al ocurrir una deportación y ser devueltos a Guatemala no pueden adaptarse fácilmente porque no conoce a su familia y las condiciones de vida son demasiado distintas. La emigración, por eso, es uno de los dramas humanos más dolorosos, sobre todo cuando es forzada y significa malos tratos, sueldos bajos –cuando los logran obtener–. Guatemala, tristemente, no es un lugar donde puedan lograr una mejor vida. .

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