Who Wants a War with Iran?

<--

Pocas reglas hay más seguras en la política de Oriente Próximo que la de preguntarse a quién beneficia un atentado. Con el asesinato del general Qasem Soleimani, un estratega sin escrúpulos que aglutinaba a milicias de otro modo enfrentadas, varios son los regímenes y líderes de distinto pelaje que se frotan las manos. Por distintos motivos.

Trump es el primer interesado en esta escalada del eterno conflicto con Irán, justo ahora que está a las puertas del impeachment y comienza el año de su reelección. El atentado contra Soleimani, una respuesta radical al asedio, hace unos días, de las milicias proiraníes a la Embajada de EE UU en Bagdad, ha de cambiar por fuerza el enfoque de la opinión estadounidense sobre Trump, un presidente visto hasta la fecha como reacio a bajar a la arena internacional.

También al heredero saudí, Mohamed bin Salmán, que ha vivido sus horas más bajas en 2019, le sale a cuenta esta escalada del conflicto entre su gran aliado (Estados Unidos) y su peor enemigo (Irán). Dos de sus enfrentamientos subsidiarios con Irán —la guerra de Yemen y el boicot a Qatar— se le habían complicado últimamente, y en lo doméstico, la apertura económica y seudomoral no lograba ocultar la brutal represión política. Ahora, podrá hacerse valer mejor dentro y fuera como el gran aliado de Estados Unidos.

Porque sin duda el asesinato de Soleimani es una declaración de guerra que difícilmente podrá esquivar Irán. Su política de subir o bajar el voltaje del enfrentamiento con EE UU ha acabado por saltar los plomos de la Administración de Donald Trump, un hombre de una generación que vivió como una humillación colosal la toma de rehenes de la Embajada de Estados Unidos en Teherán en 1979. Los dirigentes iraníes, con Jamenei a la cabeza de un régimen cada día más cuestionado internamente, tienen difícil encontrar una respuesta que no encienda una nueva contienda en Irak. Pero ganar esta nueva guerra subsidiaria es mucho más complicado que hacerlo en Siria o Yemen.

A pesar de las proclamas incendiarias de Jamenei y del duelo nacional clamando venganza, tendrán que sopesarlo bien. Y no es un motivo menor que, aunque en Irak los dirigentes chiíes se aprestan a cerrar filas y reagrupar a sus milicias, el asesinato junto a Soleimani de Abu Mahdi al Mohandes, su brazo derecho en Irak, ha dejado un vacío de liderazgo que no será fácil de llenar si la guerra se quiere librar en suelo iraquí. Muqtada al Sadr, el astuto líder del partido Corriente Sadrista y del Ejército del Mahdi, ya se ofrece como sucesor y ha arengado a los suyos, en el Parlamento y en la calle, a poner a las tropas de EE UU en el punto de mira. Pero está por ver si tiene el eco que tenía en tiempos de la guerra contra la ocupación militar estadounidense. Es dudoso, pues no en balde las nuevas generaciones de iraquíes se han movilizado masivamente en los últimos meses pidiendo el fin del régimen sectarista, el único que han conocido.

Una guerra con Irán tampoco les viene mal a Erdogan y a El Asad. Al presidente turco, porque le da ocasión de subirse a su atalaya de valedor de la legitimidad popular suní. Al sirio, porque, aunque Soleimani y sus milicias fueron decisivos en la masacre de la revolución, la reordenación posbélica será más fácil con Irán entretenido en otros frentes.

Y qué decir de Netanyahu, gran amigo de la familia Trump. Que se cumplan sus ansias de guerra con Irán (muy extendidas en Israel, donde para muchos el enemigo número uno no es Palestina, sino Irán) le da un buen empujón en la nueva cita electoral, sobre la que planean las acusaciones de corrupción contra él. A los generales del Ejército israelí, con lazos bien trabados con los peshmergas kurdos, tampoco les viene mal esta distracción tras la reciente decisión de la Corte Penal Internacional de iniciar una investigación por crímenes de guerra en los territorios ocupados palestinos.

La duda cae, una vez más, del lado de Rusia. No parece que cuadre con sus cálculos aumentar la tensión en la región cuando está a punto de saldar convenientemente la guerra en Siria. Quizá sea Putin el único capaz de calmar los ánimos de unos y otros; desde luego, la maquinaria la tiene bien engrasada. En cualquier caso, los grandes perdedores son los iraquíes, que, tras varios meses de revueltas populares contra un régimen sectario y corrupto manejado por Irán y EE UU, ven de nuevo cómo su país y su futuro son secuestrados.

About this publication