Trump’s Return to Campaign Rallies Takes a Sharper Turn toward Populism and Is an Unexpected Flop

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Trump vuelve a los mítines con un giro más acentuado al populismo y con un inesperado pinchazo

No ha llenado ni de lejos las 19.119 plazas del Centro BOK, en Tulsa (Oklahoma), el lugar escogido para su regreso.

Donald Trump ha vuelto a los escenarios de Estados Unidos después de 110 días de ausencia con un inesperado pinchazo. Pero no ha llenado ni de lejos las 19.119 plazas del Centro BOK, en la ciudad de Tulsa, en Oklahoma, el lugar escogido para su regreso a los ruedos electorales.

La sorprendentemente baja audiencia ha sido particularmente llamativa porque Trump suele llenar hasta la bandera los locales en los que da sus mítines. De hecho, el de Tulsa iba a ser tan masivo que su campaña había previsto que otras 40.000 personas se quedaran fuera del BOK, para lo cual había preparado un área especial en la que el presidente iba a dar otro discurso. Pero en esa zona exterior no había nadie. Trump tuvo que conformarse con hablar una sola vez.

La escasa audiencia es llamativa porque Trump tiene una formidable capacidad de atracción de público. Y más aún en Oklahoma, un estado que ganó por más de 30 puntos porcentuales en 2016. Si esto supone que el presidente tiene problemas de popularidad, como sugieren las encuestas, o se debe a otros factores -acaso el temor al contagio del coronavirus, pese a que en el BOK nadie llevaba mascarilla- queda por los análisis a posteriori.

Pero, si el evento de Tulsa fue un fracaso de público, no lo fue de crítica. Trump no defraudó a sus fieles. De hecho, fue más populista -más Trump- de lo habitual. Fue más teatral de lo que es normal en él, escenificando incluso conversaciones en lo que parecía a veces más una representación estilo ‘El club de la comedia’ que un acto político.

Fue más basto, al declarar cómo llamó al entonces consejero delegado de Boeing, Dennis Muilenberg, “condenado hijo de perra”, para que bajara el precio del avión presidencial (que Boeing no bajó), y al afirmar que, si caminó lentamente el sábado pasado en un acto en la Academia Militar de West Point no fue, como señalaron sus críticos, porque esté perdiendo facultades, sino “porque pensé: “No hay manera de que baje por esta rampa sin caerme de culo””.

Fue, finalmente, más presumido de lo habitual en él la hablar de sus “zapatos con suela de cuero”, sus “corbatas de seda”, y al informar a los presentes de que “yo tengo casas más grandes, propiedades mejor, y mejor pelo” que sus críticos y, en particular, los medios de comunicación. Trump dio también un consejo a la audiencia que parece sacado de una película de Martin Scorsese: “¡Aseguraos de que no ponéis nada por escrito!”

El presidente de Estados Unidos prometió una ley que castigará con un año de cárcel a quien mancille una bandera estadounidense, una cuestión complicada porque en 1991 el Supremo del país declaró ilegal castigar esas acciones. También criticó la “violencia de la extrema izquierda”, manifestada en la oleada de ataques a estatuas de Estados Unidos en los últimos 10 días. Y, como era de esperar, insistió en que su rival en las elecciones de noviembre, Joe Biden, tiene sus facultades mentales disminuidas. Fue un discurso muy en la norma de Trump. Él mismo lo calificó de “normalito”. La gran cuestión fue el relativamente poco público que asistió. El presidente empezó su alocución hablando de “la mayoría silenciosa” a la que dice representar. En Tulsa, más que silenciosa, la mayoría fue invisible.

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