Cuando Hillary Clinton recibió a Celso Amorim la semana pasada en Washington, no sólo se reunía con el canciller brasileño para preparar la visita del Presidente Lula da Silva, sino que enviaba una señal a América Latina de que Brasil es un aliado fundamental de EE.UU. en la región, y que jugará un papel importante en las relaciones hemisféricas con el actual gobierno demócrata.
A diferencia de México y Colombia, aliados claves de la Casa Blanca, Brasil ha mantenido siempre distancia e independencia mayores. Por su peso económico y su influencia política, los sucesivos gobiernos brasileños han podido jugar un papel internacional que traspasa la región, siendo parte de exclusivos clubes, como el G-20, y participando en reuniones con el grupo de los ocho países más industrializados.
Amorim utilizó el privilegio de haber sido el primer canciller latinoamericano recibido por la secretaria de Estado de Barack Obama para plantearle sin ambages las inquietudes de su país sobre los problemas que comparten. Por eso, habló de comercio y proteccionismo -señalando su preocupación por la cláusula Buy American, que obliga a comprar productos estadounidenses en los proyectos que impulsa el gobierno mediante las medidas económicas especiales para la crisis-; sobre biocombustibles, y cómo puede mejorar las relaciones con América Latina, apoyando el desarrollo y combatiendo la pobreza. Un punto focal de la entrevista fue el tema de Cuba, a cuyo respecto Amorim señaló que están ocurriendo cambios que justifican un nuevo enfoque por EE.UU. Clinton se limitó a tomar nota.
No es primera vez que el gobier-no brasileño se plantea como una suerte de mediador entre Washington y la región. Hace algún tiempo, otro ministro de Lula, Roberto Mangabeira Unger, tras reunirse con asesores de Obama -de quien fue profesor en Harvard-, reconoció haber conversado con ellos sobre la posibilidad de ayudar a una reconciliación de Estados Unidos con Venezuela, Bolivia y la isla gobernada por los Castro. Y el propio Lula ha jugado en reiteradas ocasiones un papel apaciguador de las posiciones extremas de los líderes de esos países, aprovechando su imagen de hombre de izquierda, forjador de un movimiento sindical exitoso y de un modelo reformista moderado.
Si el pragmatismo brasileño le permitió mantener fluidas relaciones con la administración de George Bush, a pesar de una marcada distancia ideológica, las expectativas de estrechar la alianza con la Casa Blanca de Obama son altas. En palabras de Amorim, ambos gobiernos tiene una “concepción similar” del mundo. Pero habrá que esperar para ver si efectivamente esta complementariedad ayuda a Brasil a conseguir sus objetivos internacionales más preciados, como los acuerdos en la OMC y la reforma en la ONU que le permita acceder a un sillón permanente en el Consejo de Seguridad.
Entretanto, las relaciones comerciales seguirán alto en la agenda bilateral. Para Brasil, EE.UU. es su principal socio económico, con un comercio bilateral del orden de los 53 mil millones de dólares el año pasado, y quiere ampliarlo en áreas como la de biocombustibles. Éste es un tema delicado. Brasil quiere llegar a un convenio con EE.UU. para producir grandes cantidades de etanol de caña de azúcar para el mercado norteamericano -donde el etanol producido a partir del maíz tiene poderosos detractores-. Dado que Obama ha planteado su interés por el desarrollo de la energía limpia, los brasileños esperan avanzar en un acuerdo estratégico sobre biocombustibles, que podría llevarse a la Cumbre de las Américas, en abril.
Derechos humanos en América Latina
La promoción de los derechos humanos sigue siendo un objetivo declarado de la política exterior estadounidense; de allí que asigne tanta importancia al informe que cada año presenta el Departamento de Estado sobre esta materia. El miércoles pasado se conoció el reporte sobre la situación de estos derechos en 2008, en el que Cuba y Venezuela se describen como los dos países de la región donde aumentaron los abusos, mientras Colombia y Guatemala aparecen con mejoras sustanciales.
La respuesta de Caracas no se hizo esperar, y criticó “prácticas que siguen lesionando las relaciones entre nuestros estados, las cuales deben tener como base el respeto, la igualdad y la no injerencia en asuntos internos”. Es probable que esta frase estuviera dirigida al gobierno de Obama que, se estima, busca evitar una confrontación con Venezuela similar a la que mantuvo a Bush en tensión permanente con Chávez.
En el caso de Cuba, el gobierno ha ignorado el informe, que coincidió con una buena noticia para La Habana: la Cámara de Representantes aprobó una ley que incluye cierta reducción de las restricciones de los viajes a Cuba. Esta medida no parece aislada, pues hay claros indicios de que Obama está dispuesto a revisar su política hacia esa isla. Si lo hace, deberá evaluar hasta qué punto el embargo ha cumplido con su objetivo o, por el contrario, les ha dado a los hermanos Castro un argumento para mantener la dictadura que ya cumplió 50 años.
Para Colombia, el informe en cuestión fue una buena noticia, ya que está en la mira de los congresistas demócratas, que no han aprobado el TLC, firmado hace dos años, argumentando que no hay avances en la investigación de los asesinatos de sindicalistas y que existirían vínculos entre el gobierno y grupos paramilitares. Bogotá depende de la ayuda del Plan Colombia, lo que le ha significado recibir desde el año 2000 más de cinco mil millones de dólares para la lucha contra el narcotráfico, por lo que una buena nota en derechos humanos puede asegurarle la continuidad de esos recursos.
En este contexto se pueden interpretar las visitas a Washington la semana pasada del canciller Jaime Bermúdez y del ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, en las que llamó la atención el anuncio de que Colombia enviaría tropas a Afganistán para incorporarse al contingente de la OTAN en labores de desactivación de minas terrestres.
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