El golpe de estado en Honduras ha puesto en evidencia corrientes en Washington que si no son opuestas, revelan divergencias” comenta el director de Últimas Noticias este domingo
Así lo escribe:
Cada vez que Estados Unidos ha estado en guerra emergen dos tendencias, que usualmente se denominan halcones y palomas, según sean duros partidarios de la guerra o proclives a las negociaciones diplomáticas.
Normalmente, una de esas tendencias predomina. Al comienzo de la II Guerra Mundial hubo una fuerte corriente opositora a que EEUU entrara en esa conflagración; surgió la tesis de que el ataque japonés a Pearl Harbour era conocido en la Casa Blanca, y se permitió que ocurriera para justificar la entrada a esa guerra. Cuando se comenzó la negociación con Vietnam dominaron las palomas. La guerra estaba perdida, había que llegar a un acuerdo. En esta última invasión a Irak también fue posible observarlas. Bush era cabeza de los halcones, entre otras razones por su torpeza para ocultar sus errores, lo cual a la larga pagó con la baja de la confianza en su gobierno, su pérdida de popularidad y la derrota republicana en las elecciones. Y así ha sucedido en otros momentos, como en la guerra en Corea (1950-53) y tuvo sus altibajos durante los largos años de la guerra fría.
Tales divergencias debieron aparecer en los golpes de estado en América Latina. Difícil suponer que en alguno de ellos no estuviesen involucrados factores de la política exterior de EEUU.
Inexplicablemente no han sido desclasificados los documentos correspondientes. No se sabe por qué no ha habido interés por conocer los relativos a la conspiración contra los presidentes Jacobo Arbens en Guatemala (1954), Juan Bosh en la República Dominicana (1963) y Joao Goulart en Brasil (1964).
Pero sucedieron dos golpes de estado que dejarían huellas, unas más reveladoras que otras; en un caso hubo las dos tendencias clásicas y en otro dominio absoluto de los halcones, pues los encabezaban el presidente Nixon. Los 25 mil documentos que el presidente Clinton ordenó desclasificar de la CIA, Departamento de Estado, FBI y otras agencias demuestran claramente la total responsabilidad de EEUU en el derrocamiento del presidente Salvador Allende. Están resumidos, transcritos, reproducidos, comentados y analizados en Pinochet: los archivos secretos, de Peter Kornbluh (editorial@ed-critica.es). El otro fue el golpe que derrocó a Rómulo Gallegos (24-11-1948).
Mientras en el primero no trascendieron fisuras, lo que no niega que las hubiera, en la conspiración contra Gallegos estuvieron dos líneas divergentes. En 1980, la Fundación para el Rescate del Acervo Documental Venezolano tuvo acceso a los archivos de los presidentes Roosevelt y Truman y del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de EEUU, y comprobaron “…todo un trasfondo de antagonismo y distensiones entre los diplomáticos americanos y los integrantes de la Agregaduría Militar…”, que se prolongó (194649) con los embajadores Frank Corrigan y Walter Donnelly, quienes solicitaron insistentemente la remoción de los agregados militares. En los informes que unos y otros elevaban al Departamento de Estado y al Estado Mayor Conjunto quedan evidentes dos tendencias opuestas frente al gobierno de Gallegos y los militares conspiradores; una estabilizadora, otra para tumbarlo. Ganó la del coronel F.J. Adams, que el 24 de noviembre almorzó con los golpistas en Miraflores.
El golpe de estado en Honduras ha puesto en evidencia corrientes en Washington que si no son opuestas, revelan divergencias. La Cámara de Representantes es buena muestra de ello, los republicanos lucen como los halcones en apoyo a los golpistas. Esa posición existe en el Pentágono y, por supuesto, en sectores de la economía. Entretanto, el presidente Obama no termina de armonizar la ambigua posición de su gobierno con sus votos en la OEA y la ONU, de categóricas condenas y la exigencia de la restitución del presidente constitucional a su cargo.
El conflicto puede alargarse en el tiempo, y mientras el gobierno de facto de Honduras reciba ayuda de EEUU, podría soportar su situación de aislamiento internacional hasta la fecha de elecciones. Ese cuadro de incertidumbre es alimentado con las “negociaciones” de comisiones de ambos lados, alentadas por Washington. Bastaría con que EEUU les quitara su implícito apoyo a los golpistas para que se derrumbaran.
¿Puede cambiar la posición del gobierno estadounidense? Con presiones desde Honduras y de afuera. Es difícil esperar mucho más de un pueblo que ha mantenido sus movilizaciones durante casi dos semanas, y no obstante la falta de organizaciones (carece hasta de partidos) ha demostrado una alta capacidad de lucha. Esas movilizaciones requieren una más activa acción internacional, comenzando por América Latina. La recepción del presidente Leonel Fernández a Zelaya en Santo Domingo es un buen ejemplo.
Lo que está en juego es mucho más que el gobierno constitucional de Honduras. Como si se tratara de la batalla de Ayacucho.
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