En EEUU, hablar del desmembramiento de cualquier otro Estado es algo perfectamente normal. Ahí está, por ejemplo, esa luminaria llamada Joe Biden pidiendo la división de Irak en tres ‘regiones’, que en la práctica hubieran equivalido a tres cuasiestados independientes, como si la guerra civil que entonces estaba sufriendo ese país no fuera a combinarse con una oleada de limpiezas étnicas todavía más feroces si el país se dividiera en tres Gobiernos virtualmente independientes.
Biden contaba con el apoyo intelectual de Peter Galbraith, hijo de John Galbraith—famoso divulgador, comunicador y político, y sobrevalorado economista—, y autor incluso de un libro defendiendo esa tesis. Luego supimos que Galbraith era asesor de los kurdos iraquíes, una comunidad que, evidentemente, tiene un interés claro en independizarse. Y más tarde nos enteramos de que Peter Galbraith se llevó unas pocas decenas de millones de dólares en contratos petroleros del Kurdistán iraquí. Aquí, independencia académica ante todo, oiga usted.
El que en EEUU se pueda pedir tranquilamente y sin ningún problema, por ejemplo, el desmembramiento de España, es algo pintoresco, porque se produce en un país que no reconoce el derecho a la autodeterminación de sus territorios. Vamos, que si Texas proclama mañana la independencia, Barack Obama, para cumplir la Ley, tiene que enviar los tanques a Austin (lo que no es difícil, porque Texas está llena de bases militares, en otro ejemplo de cómo el Estado subvenciona a los estados que pretenden estar en contra del socialismo de Obama).
Y, aunque no hay jurisprudencia al respecto, tampoco se puede pedir el desmembramiento de Israel. Es más: no se puede ni siquiera pedir que ese Estado simplemente que tenga las fronteras que le otorgó la ONU que, como puede verse en este mapa, eran significativamente menores que las que acabó teniendo. Por no hablar de la posibilidad de que el Estado judío deje de ser eso: un Estado basado en criterios étnicos. Porque, no lo olvidemos, cualquier judío del mundo puede obtener de inmediato la nacionalidad israelí (por cierto, cualquier miembro de esa comunidad que pueda demostrar que sus ancestors fueron expulsados de España en 1492, también puede conseguir la nacionalidad española). Ni siquiera se aplica el término ‘limpieza étnica’ para las locuras racistas propuestas por Avigdor Lieberman.
La crítica a Israel en EEUU es una actividad arriesgada desde el punto de vista profesional, gracias en buena medida a organizaciones como Campus Watch, de Daniel Pipes, que se dedican a acosar a todo aquel que no es lo suficientemente sionista.
La cuestión es que la defensa de Israel se ha convertido en buena medida en una industria. Una industria peculiar, basada en el sentimiento de culpa (del que tampoco escapan los judíos) estadounidense con respecto al Holocausto (recordemos que EEUU tampoco hizo nada para evitarlo), y cuyo mejor análisis es, precisamente, el de un judío, Norman Filkenstein, en su excelente ensayo La industria del Holocausto.
A veces, estos lobbies entran directamente en el terreno de la locura. Un ejemplo: el ex líder de Pink Floyd, Roger Waters, ha acabado teniendo que cambiar este video de su gira de The Wall por la sencilla razón de que muestra a una flota de bombarderos B-52 tirando cruces cristianas, medias lunas musulmanas, estrellas de David y dólares. La Liga Anti Difamación, una organización que defiende los derechos de las minorías de forma admirable y pierde los papeles cuando se trata de Israel y los judíos de forma lamentable, ha acusado al vídeo de “antisemita” (otro nombre erróneo, dado que los árabes también son semitas). La razón es tan simple como surreal: los dólares caen justo después de las estrellas de David. Y así, “se genera el clásico bulo antisemita que lleva siendo repetido a lo largo de más de 2.000 años”, según me explicó hace un par de semanas Abraham Foxman, el líder de esa organización.
Lo paradójico es que los judíos en EEUU son cualquier cosa menos una minoría perseguida, sino un grupo étnico tremendamente dinámico, trabajador e intelectual, que forma la columna vertebral de la élite cultural, académica, periodística, financiera y del entretenimiento. Desde luego, si en vez de 6 millones, EEUU tuviera 306 millones de judíos, este país sería mucho más poderoso, como prueba el hecho de que, de ese 2% de la población estadounidense, han salido el 45% de los 400 ciudadanos del país más ricos; el 20% de los profesores de las principales universidades; el 40% de los Premios Nobel; y el 40% de los socios de los principales bufetes de abogados en Nueva York y Washington. Sólo en la Universidad de Columbia, el 40% de los estudiantes son judíos.
Lo judíos son parte de lo mejor de EEUU. La pena es que a veces pierdan los papeles. Si se pudiera hablar de ellos con la misma libertad con quie se habla de otros grupos, EEUUU sería un país intelectualmente mucho más divertido.
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