Obama’s Egyptian Dilemma

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El dilema egipcio de Obama

Desde que el fin de la Guerra Fría cambiara el orden mundial, la política exterior de EEUU en Oriente ha estado marcada por las contradicciones entre reclamarse el campeón de la democracia, y al mismo tiempo, salvaguardar la sacrosanta estabilidad de los viejos autócratas; entre mantener una alianza incondicional con Israel, y contar con la fundamentalista Arabia Saudita como puntal en la región.

Mientras las masas árabes permanecían sumisas, manejar estas contradicciones fue relativamente fácil. Envalentonado por su éxito inicial en Iraq, Bush pidió públicamente la democratización de sus aliados … hasta que Hamas ganó las elecciones palestinas en 2006, y tuvo que guardar en un cajón su “Freedom agenda”.

Obama creyó haber encontrado la fórmula ideal para manejar las complicadas relaciones con los dictadores árabes: presión en las reuniones privadas para un mayor respeto a los derechos humanos, mutismo en público sobre la necesidad de reformas. Y todo ello, mientras apostaba fuerte por resolver el conflicto entre palestinos e israelíes, presunta llave de la estabilidad regional.

Sin embargo, el proceso de paz nunca arrancó, y una chispa tunecina encendió la región. De repente, los yemeníes, los jordanos, y sobre todo los egipcios descubrieron que su faraón iba desnudo. Además de unas poderosas fuerzas del orden, y unos omnipresentes servicios de inteligencia, la ciudadanía se dio cuenta que los autócratas necesitaban de su tácito consentimiento para mantener su poder.

Y por eso, ahora se ha rebelado. Ya no pide reformas concretas como antaño. No basta con aumentar los subsidios al pan, o la abolición el estado de emergencia, sino que exigen sin ambages un cambio de régimen.

De momento, Obama ha optado por una posición salomónica sobre Egipto: abogar públicamente por reformas políticas, y solicitar a las partes que se abstengan de utilizar la violencia. No obstante, con la rapidez que evoluciona la situación, es probable que pronto deba mojarse, y escoger entre apoyar una represión muy sangrienta, o retirar su respaldo a Mubarak, con el riesgo real de que su régimen se hunda. Y es que no está nada claro que puede sostenerse sin los más de 1.000 millones de euros anuales que recibe de Washington.

Todo un dilema, porque una cosa es dar lecciones sobre democracia desde los salones de la Casa Blanca, y otra muy diferente atreverse a apostar por un Egipto sin Mubarak, que es lo mismo que saltar al vacío sin saber seguro que hay una red debajo.

¿Caerá Egipto en manos de los islamistas Hermanos Musulmanes? Dado el peso de Egipto, ¿habrá un efecto dominó que hará caer a todos los regímenes pro-americanos, transformando completamente, pero de forma impredecible, la faz de Oriente Medio?

Todo parece indicar que se agota el tiempo para la ambigüedad. Washington tendrá que mover pieza. Pero si tarda demasiado, puede la partida se haya ya acabado.

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