¿Qué debemos esperar del discurso que pronunciará en Santiago? Ojalá algo más que la excelente retórica que acostumbra desplegar.
APENAS TRES meses después de asumir la presidencia, Barack Obama llegó a Trinidad y Tobago en abril de 2009 para encontrarse por primera vez con sus pares en la V Cumbre de las Américas. Había expectación y curiosidad por saber qué diría el flamante Mandatario de EEUU acerca de la siempre difícil relación entre su país y la región. Nadie quedó decepcionado: Obama llenó el espacio, saludó con un apretón de manos a Hugo Chávez, ironizó con el nicaragüense Daniel Ortega y pronunció un emocionante discurso en el que pidió “no seguir enfrascados los trillados debates del pasado”, prometió “buscar un nuevo comienzo con Cuba”, aseguró que los países del hemisferio deben ver en Washington a un “compañero” y un “amigo”, y solicitó “abrir un nuevo capítulo de diálogo” con los líderes presentes.
Todos salieron encantados. Ahora sí, después de años del “descuido benigno” al que había sometido EEUU a América Latina, había en la Casa Blanca un líder distinto con el cual era posible retomar vínculos amistosos.
Sin embargo, la verdad es que, aparte de una sensación de bienestar similar al palmoteo en la espalda de un conocido que parece confiable, poco ha pasado desde entonces. Obama ha hecho dos viajes a México, pero nunca volvió a visitar otro país de América Latina, evidencia de que las cosas volvieron a ser como siempre.
De la cumbre en Trinidad y Tobago hoy sólo quedan los recuerdos y la confirmación de que, con Obama, los discursos son siempre mejores que la realidad. Lo saben los norteamericanos, que en las elecciones de noviembre pasado le dieron la espalda y se volcaron en masa hacia los candidatos de la oposición republicana. También lo entienden los musulmanes, que escucharon en 2009 en El Cairo un sentido discurso acerca de un “nuevo comienzo” en las relaciones entre EEUU y el mundo islámico que nunca se tradujo en algo concreto. Y lo saben también los rusos, que vieron cómo Obama prometió “reiniciar” las relaciones bilaterales sin que se hayan producido avances realmente significativos en ellas.
Por todo lo anterior, resulta inquietante que se recalque ahora que la actividad más importante de la estadía de Obama en Santiago la próxima semana será un discurso en el cual proyectará la relación de América Latina con Estados Unidos, conmemorando el cincuentenario del lanzamiento de la Alianza para el Progreso por parte de la administración de John F. Kennedy.
Sin duda que para Chile constituye un honor, un privilegio y una relevante señal de sintonía que el líder de la mayor potencia mundial escoja Santiago para hablarle a la región entera. Pero, más allá de eso, el tema es más bien si esta vez podemos creerle a Obama, quien seguramente citará a los próceres de nuestra independencia, a algunos poetas y a otras personalidades para dejarnos convencidos de que, tal como supusimos hace dos años, él es capaz de ofrecer un “cambio en el que podemos creer” (para usar el eslogan que usó en su campaña presidencial).
Quizás habría que ejercer el derecho a réplica con otro eslogan de otra campaña, la de Jorge Alessandri en 1958: en América Latina necesitamos “hechos y no palabras”.
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