La obligación de todo gabinete de prensa de un cargo electo es intentar presentar las iniciativas del político que les paga el sueldo de la forma más lustrosa posible, incluso a veces bordeando la hipérbole. Ahora bien, igualmente, es responsabilidad de los medios recibir estos mensajes con un cierto espíritu crítico, y no dejar que a uno le vendan la moto.
Desde que Obama es “comandante en jefe”, el departamento de prensa de la Casa Blanca ha conseguido hacer colar en numerosas ocasiones algunas medidas simplemente incrementalistas como audaces programas, o incluso grandes logros históricos. Fue gracias a este impresionante instinto para el markéting político que el presidente de EEUU consiguió el premio Nobel de la Paz sin el tiempo suficiente para más que unos bonitos discursos.
Sin embargo, pocas veces la distancia entre la realidad y su reflejo en los medios ha sido tan enorme como en algunas crónicas previas al discurso realizado el jueves por Obama sobre su nueva política para Oriente Medio.
Con una ligereza apabullante, y quizás movidos sólo por la búsqueda de un titular con chispa, numerosos medios compararon las medidas económicas que Obama iba a anunciar con el Plan Marshall, el generoso programa de ayudas que tuvo un papel decisivo en la reconstrucción de Europa en un plazo de tiempo récord tras la II Guerra Mundial. Y es que la comparación entre ambas iniciativas no es sólo odiosa, sino hasta cómica.
Estas fueron las únicas promesas económicas de Obama en su discurso, ya filtradas por la Casa Blanca el miércoles:
-Cancelación de 1.000 millones de dólares de la deuda externa a Egipto a cambio de que el gobierno egipcio invierta estos recursos a invertir en el desarrollo económico y social del país
-Ayuda (sin especificar cómo ni cuánto) para que Egipto consiga un crédito de 1.000 millones de dólares en los mercados financieros
-Petición al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional para que presenten un plan en la próxima cumbre del G8 para proporcionar asistencia a Túnez y Egipto.
-Movilización de unos 2.000 millones de dólares en inversiones privadas en Egipto y Túnez estimuladas por una agencia pública, y el apoyo para que el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo dé prioridad a proyectos en Oriente Medio y el Norte de África.
-Lanzamiento de una iniciativa para fomentar el comercio y las inversiones intraregionales en Oriente Medio y el Norte de África.
O sea que Obama no se comprometió a dedicar ni un dólar extra de los presupuestos federales. Tan sólo prometió dejar de cobrar a Egipto unos 1.000 millones de dólares pero sin fijar ningún plazo. Si tenemos en cuenta que el plan promovido por el secretario de Estado George Marshall en 1947 desembolsó 13.000 millones de dólares, cuyo valor actual aplicando la inflación de todas estas décadas sería de 120.000 millones de dólares, la comparación entre las dos iniciativas es completamente ridícula.
En un momento en el que EEUU está luchando para reducir su elevado déficit es comprensible que sea un tanto cicatero en la ayuda a los países en desarrollo. Además, con el control de la Cámara de Representantes en manos de un Partido Republicano bajo el influjo del Tea Party, es probable que ningún voluminoso paquete de ayuda recibiera la luz verde del Congreso.
Simplemente, dejemos al Plan Marshall reposar en paz, y esperemos que otros países e instituciones internacionales sean más generosos con los dos países árabes cuyas transiciones democráticas deben servir de inspiración al resto de la región. Porque si en una cosa tiene razón Obama es en la necesidad de apoyar las economías de Túnez y Egipto en un momento tan decisivo y sensible como el actual, cuando un empeoramiento sustancial de las condiciones de vida podría hacer descarrilar unos procesos que tanta ilusión han generado.
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