Cuando el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, reciba a la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, en la Casa Blanca el 9 de abril, lo más probable es que ambos líderes digan que las relaciones entre sus países son mejores que nunca. Pero no habrá que tomarlos al pie de la letra, porque hay una creciente tensión entre ambas partes.
Los funcionarios brasileros están ofendidos porque, pese al surgimiento de Brasil como una potencia global emergente, la Casa Blanca no ha concedido al viaje de Rousseff el estatus de “visita de Estado”, la distinción diplomática de más alto nivel. Las visitas de Estado generalmente incluyen una cena de etiqueta en la Casa Blanca, un discurso formal del líder visitante ante el Congreso y una serie de eventos culturales de alto perfil.
La explicación de la Casa Blanca fue que, como éste es un año electoral en Estados Unidos, Obama no concede visitas de Estado. Pero la prensa brasileña advirtió rápidamente que el primer ministro británico, David Cameron, haría una visita de Estado a Estados Unidos dos semanas antes del viaje de Rousseff.
Un artículo reciente del diario O Estado de S. Paulo (titulado “Dilma será recibida por Obama sin los honores de una visita de Estado”) señalaba que el presidente chino, Hu Jintao, y el primer ministro de la India, Manmohan Singh, hicieron visitas de Estado a Washington en 2011 y 2009, respectivamente. Aunque el artículo no lo dice, el presidente de México, Felipe Calderón, tuvo la suya en 2010.
“El 95% del contenido de las relaciones internacionales es simbólico, y las visitas de Estado son importantes”, dijo Peter Hakim, del instituto de investigación Inter American Dialogue, en una conferencia celebrada el 12 de marzo en el centro Woodrow Wilson de Washington D.C. “Brasil quería que ésta fuera una visita de Estado, y se han sentido insultados.”
Carl Meacham, un asesor de la minoría republicana en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, dijo en esa misma conferencia que el manejo de la visita de Rousseff por parte del gobierno de Obama refleja el hecho de que “Brasil no es considerado en la Casa Blanca como un tema de primer o segundo nivel para la política exterior estadounidense”.
Más allá de los refinamientos diplomáticos, existen otros temas que están haciendo crecer las tensiones bilaterales:
-Los brasileños están desconcertados por la inesperada decisión de la Fuerza Aérea de Estados Unidos de cancelar un contrato de 355 millones de dólares para comprar 20 aviones militares de la empresa aeronáutica brasileña Embraer, alegando problemas técnicos de los documentos presentados por la empresa. El contrato había sido objetado por una firma competidora, Hawker Beechcraft.
-Los funcionarios de Brasil están preocupados por una reciente decisión de la Legislatura de Florida que prohíbe a los gobiernos locales contratar empresas que hacen negocios con Cuba, algo que podría impedir que la empresa brasileña Odebrecht construya un complejo hotelero de 700 millones de dólares en terrenos del Aeropuerto Internacional de Miami.
-Los brasileños hace tiempo están irritados por el hecho de que cuando Obama visitó India en 2010, apoyó públicamente la solicitud de India de obtener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En cambio, cuando Obama fue a Brasil el año pasado, solo expresó su “reconocimiento” de que Brasil quisiera ocupar una banca permanente en el Consejo de Seguridad.
-A su vez, los funcionarios estadounidenses están frustrados por el apoyo de Brasil a algunas de las peores dictaduras del mundo, especialmente a Irán.
Aunque los funcionarios de Estados Unidos tienen mejor opinión de Rousseff que de su predecesor, Lula, quedaron consternados cuando, durante su reciente visita a Cuba, Rousseff criticó los abusos de derechos humanos perpetrados en la base estadounidense de Guantánamo, pero no dijo ni una palabra sobre los abusos de derechos humanos en Cuba.
Mi opinión: el hecho de que Rousseff siga adelante con su visita a Washington a pesar de que no se le conceda el estatus de visita de Estado demuestra que está ansiosa por mejorar las relaciones con Estados Unidos. Ella sabe que, para crecer sostenidamente, Brasil necesita depender menos de sus exportaciones de materias primas a China y aumentar sus exportaciones de productos manufacturados a Estados Unidos.
El gobierno de Obama debería tragarse su orgullo, también, y tratar a Brasil con el mismo respeto con el que trata a Rusia, India o Sudáfrica, cuyas políticas exteriores suelen ser más objetables que la de Brasil. Obama debería criticar abiertamente a Brasil por su apoyo a Irán, Siria, Cuba y otros regímenes totalitarios, pero tratarlo con el mismo respeto con el que trata a otras potencias emergentes. Washington y Brasilia se necesitan mutuamente mucho más de lo que ambos creen.
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