The 7th Summit of the Americas

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VII Cumbre de las Américas

El acercamiento entre EE. UU. y Cuba dominó la atención.

La VII Cumbre de las Américas me produjo una extraña sensación. Por un lado, el tema que agobia y amenaza a los gobiernos más importantes de la región –Brasil, Chile, México, Argentina– no figuró en la agenda, ni fue mencionado por los oradores o los observadores: la corrupción. Por el otro, el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba –dotado sin duda de gran valor simbólico– dominó por completo la atención de los mandatarios y de los medios, sin que revistiera la menor significación práctica, ni para Estados Unidos ni para Cuba, ni para los otros 33 países representados en Panamá.

Me explico. Rousseff en Brasil, Bachelet en Chile, Fernández en Argentina y Peña Nieto en México han visto desplomarse sus índices de popularidad, paralizarse sus gobiernos y estancarse sus economías ante los errores propios y los ataques de medios y oposiciones inclementes que descubren, día tras día, nuevos escándalos de abuso. En otros países –Venezuela, Ecuador, Nicaragua– casos análogos irrumpen con frecuencia. Se trata de un fenómeno demasiado extendido y ruidoso para atribuirlo a una simple moda coyuntural: algo que no había sucedido está sucediendo. La Cumbre en sí misma, o alguno de los foros paralelos celebrados en Panamá, ofrecía una magnífica oportunidad para iniciar la discusión. No pasó nada.

Tampoco pasó algo –salvo las fotos, las felicitaciones, las peroratas y los incontables lugares comunes esgrimidos por medios obnubilados por la ocasión e incapaces de describirla más allá del calificativo “histórico”– en lo tocante a EE. UU. y Cuba. De hecho ha acontecido poco desde diciembre, cuando ambos gobiernos decidieron reanudar relaciones. Obama aún no puede abrir una embajada como Dios manda en La Habana, ni permitirle a Castro que haga lo propio en Washington. Ni hablemos de levantar el embargo o incluso de facilitar el comercio, la inversión y el turismo. Como señaló The New York Times (que alentó la iniciativa de Obama), “la gran apertura se parece más a un rendija”. Ejemplos simpáticos como Netflix y Airbnb no cambian lo esencial: mientras el embargo no caiga, todo lo demás será, como la Cumbre, más simbólico que otra cosa. Ni vuelos regulares, ni celulares norteamericanos en venta, ni reglamentos claros, ni crédito o inversiones, ni siquiera los pequeños pasos como el uso de tarjetas de crédito, han avanzado de manera significativa.

Castro ganó en Panamá, porque logró la reinserción de Cuba en el sistema Interamericano a cambio de nada. Pero para que Estados Unidos sustituya a Venezuela como tabla de salvación del régimen, ya casi sexagenario, deberá suceder mucho más. No solo fotos, símbolos y discursos.

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