Horror en Dallas
El asesinato de cinco policías en Dallas durante una protesta pacífica por la muerte —en Minnesota y Luisiana— de dos ciudadanos negros a manos de agentes de las fuerzas del orden ha revelado con toda crudeza la profundidad de la brecha racial que atenaza a la sociedad estadounidense. El presidente Obama, extremadamente sensible a los abusos policiales, ha sido igualmente firme en su condena de lo ocurrido en Dallas, que ha calificado de “atroz, calculado y deleznable”.
A pesar de los innegables avances legislativos desde los años sesenta para eliminar la discriminación, las tensiones raciales siguen presentes en la sociedad, en un país en el que, además, el laxo control de las armas hace sencillo el recurso a la violencia mortal. Los crímenes cometidos en la ciudad texana son especialmente graves si, como apuntan las investigaciones, se trata de un acto premeditado y ejecutado con el único fin —en palabras de su autor— de “matar policías blancos”.
Las cifras de muertes por la policía —y las de policías muertos, como en este caso— revelan con crudeza el alcance del problema. En el último año la policía ha matado a 509 personas, 123 de las cuales eran negras, una proporción —el 24%— que duplica el tamaño de la población afroamericana, que solo representa el 12% del total.
Junto con el control de armas, la reparacion de lazos entre esta comunidad y las fuerzas del orden son problemas pendientes que dejará Obama a quien le suceda. Su histórica llegada a la Casa Blanca es prueba innegable de los avances en igualdad y derechos civiles. Pero, como muestran estos episodios, cambiar las leyes no es suficiente si no cambian las mentalidades que dan alas al racismo y a la violencia.
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