Consistency in Error

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A nadie puede sorprender la abundancia de errores y escasez de aciertos de Donald Trump, ya que corresponden con precisa coherencia a sus promesas electorales y a su personalidad de bulldozer. La marcha atrás en la política de apertura hacia Cuba, iniciada en 2015 por su predecesor Barack Obama, es solo el cumplimiento más reciente de sus muchos anuncios públicos cuando competía con Hillary Clinton por la Presidencia. En cuanto la asumió se lanzó de cabeza a cumplirlos, inducido por el autoritarismo que mostró en su exitosa carrera como magnate empresarial y alentado por consejeros de su círculo más íntimo. Pero su inexperiencia política lo llevó a un traspié tras otro, tanto en temas puntuales como en el papel que desempeña Estados Unidos en el orden mundial.

En este vasto espectro de responsabilidades, Cuba es un tema comparativamente menor. Obama estuvo acertado en su apertura para mitigar el anacrónico embargo desde hace más de medio siglo, que fracasó en su intento de debilitar a la dictadura castrista. Al contrario, la fortaleció al permitirle culpar a Estados Unidos de las penosas condiciones de vida de los cubanos. Trump ha frenado ahora el creciente intercambio, concretando la promesa que había hecho a la poderosa comunidad de origen cubano cuyo respaldo lo ayudó en la definición electoral. Trump adujo que el comercio con la isla no favorece al pueblo isleño sino al monopolio gubernamental de la economía. Es válido ese argumento, pero las nuevas restricciones privarán a muchos cubanos de la modesta mejora de ingresos que habían empezado a percibir. Lo único rescatable en su discurso sobre Cuba es haber exigido democratización en ese país y en la Venezuela de Nicolás Maduro.

Cuba, de todos modos, es la menor de las pesadillas que lo acosan. La más grave es que está bajo investigación judicial acusado de haber buscado bloquear intentos de aclarar una presunta injerencia de Rusia a su favor durante la campaña electoral. Aunque no es probable que ocurra, la investigación podría hasta llevarlo a un juicio político. Antes de eso su apresuramiento le generó tropezones y fundadas censuras. El Congreso trancó su intento de borrar el programa de Obama de cobertura médica. Intentó denunciar el tratado de libre comercio con Canadá y México, pero debió bajar de revoluciones ante los perjuicios que le causaría a Estados Unidos. Anunció un inmediato muro fronterizo con México para detener la inmigración ilegal. Pero tanto este tema como la prohibición al ingreso de musulmanes están en suspenso en el Congreso y por decisiones judiciales. Aseguró que obligaría a la OTAN a pagar más por su funcionamiento pero tuvo que dar marcha atrás. Y sobre Corea del Norte intentó el músculo militar pero quedó dependiendo de lo que haga China.

Son elogiables su posición contra el aborto en defensa del derecho a la vida y su política de bajar impuestos a la producción para detener el éxodo de empresas estadounidenses a otros países con costos operativos más bajos. Pero en este tema se equivocó al presionarlas en forma muchas veces coercitivas y en buscar esa meta con medidas proteccionistas. Todos sus actos han estado en línea con lo que había anunciado como candidato. Pero la realidad le está demostrando que la coherencia deja de ser virtud cuando se traduce mayoritariamente en una cadena de errores.

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