Barack Obama: los sueños rotos del «Yes, We can»
Después de los ocho años de presidencia del republicano George W. Bush, el pueblo estadounidense quería un cambio. Tras vivir uno de los peores momentos de su historia –los atentados del 11-S–, que desembocaron en dos guerras en el exterior –Irak y Afganistán–, Estados Unidos, que se enfrentaba a una importante recesión económica, necesitaba un discurso esperanzador. Ante la ciudadanía se presentó entonces Barak Obama, un joven senador demócrata con un discurso culto y ambicioso, lleno de promesas. Inmerso en un constante conflicto racial, el país convirtió entonces los orígenes de Obama más en una oportunidad –ser el primer presidente afroamericano de EE.UU.– que en un inconveniente. Su carrera, en ascenso imparable, le llevó a ganarle las primarias demócratas a Hillary Clinton, y a lograr la victoria en las presidenciales de 2008 frente al republicano John McCain. El eslogan de campaña, «Yes, We can», resultó premonitorio pero también irreal.
Comprometido con las causas sociales y el medio ambiente y con un talante conciliador, Obama comenzó su andadura con uno de los mayores índices de popularidad, que incluso le harían acreedor al Premio Nobel de la Paz pocos meses depués de llegar a la Casa Blanca. Pero tras generar tan altas expectativas llegó la frustración de las promesas incumplidas, que le abocaron a marcharse del Despacho Oval con un saldo discutible después de ocho años de gestión; los últimos, con las dos cámaras del Congreso en manos republicanas.
Durante su primer mandato logró varios de sus objetivos, como la retirada de tropas de Irak, o el alumbramiento de su polémica reforma sanitaria, la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible, más conocida como Obamacare; también encontró –y mató– al terrorista más buscado, Osama bin Laden, cerrando una herida abierta en el pueblo estadounidense desde 2001. Acabar con las torturas, el cierre de Guantánamo y un mayor control en la venta de armas fueron otras de sus promesas: las dos últimas no logró cumplirlas.
Emprendió una reforma bancaria, y mejoró la economía, rebajando el paro al 5%, pero la clase media blanca se sintió perjudicada y marginada. Este malestar serviría de trampolín a Donald Trump.
Muy criticada fue su política exterior por acuerdos como el alcanzado con Irán –tumbado por su sucesor–, su acercamiento a China, su falta de firmeza con el régimen de Bashar al Assad o la intervención en Libia, un país que sigue desnortado desde la caída de Gadafi.
Obama intentó gestionar el país sin arrogancia y tendiendo puentes, política interpretada por muchos como una pérdida de influencia exterior. Buen presidente para muchos, muy discutido para otros tantos. La llegada de Trump le está haciendo pasar por bueno.
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