“Bajo circunstancias normales, uno podría esperar que Estados Unidos tome la posta en lidiar con esta pandemia global. Es, después de todo, la mayor economía del mundo. Pero estas no son circunstancias normales y Estados Unidos no está en posición de cumplir con ese rol”, dice a esta cronista Michael Shifter, director del Inter-American Dialogue y experto en las relaciones de Estados Unidos con América Latina. La crisis, según él, expone la extrema vulnerabilidad de Estados Unidos, que ahora lucha por controlar una situación devastadora. Aclara que la fragilidad económica y social no son nuevas, pero la administración de gobierno actual, a la que define como “caótica e incompetente”, las ha exacerbado.
La pandemia mundial que tiene a la mayor parte de la población en cuarentena en sus hogares llegó al país del norte para agudizar sus contradicciones. Basta mirar con atención para notar que Estados Unidos tiene dos caras. Una muestra muchos años de crecimiento económico y mercados financieros en alza, junto con muy bajas tasas de desempleo. La otra, falta de políticas de bienestar básicas (entre ellas, salud), y niveles de pobreza e inequidad del ingreso similares a los de América Latina (y peores que los argentinos), según datos del Banco Mundial. Hay mucho mercado, hay poco Estado.
Esta crisis sanitaria global, entonces, le pega a Estados Unidos en su corazón: el bolsillo. Lo ataca directa e indirectamente. Directamente por la inexistencia de un sistema de salud universal. Indirectamente por su efecto en la economía. El trabajo -bueno o malo- es el único sostén de la población de un país sin Estado de Bienestar. En parte por esto el estado de la economía es el mejor indicador de quién gana las elecciones presidenciales, algo clave para entender las próximas decisiones que Trump tomará respecto al virus.
El debate de la salud
La salud no es un derecho en Estados Unidos, y el Estado no provee protección universal a sus ciudadanos. Tampoco el sector privado. En la actualidad, un 10% de los norteamericanos no tiene seguro ni la opción de ir a un hospital público.
El sistema de salud ha sido uno de los debates centrales en la política norteamericana reciente. Hace diez años el entonces presidente Barack Obama firmaba una nueva ley conocida informalmente como ” Obamacare “. Esa ley, buque insignia de su gestión, cambió de modo bastante radical la relación de los estadounidenses con la salud.
En el saldo positivo se anota un aumento de la cobertura de salud -en particular a los más vulnerables- y un cambio cualitativo en el tipo de atención. Entre 2010 y la actualidad, 20 millones de personas han obtenido un plan de salud. El sistema no solo proporciona atención a aquellos con problemas de salud preexistentes (algo que antes podía ser denegado o cobrado a precios exorbitantes), sino que provee cuidados preventivos a la población que, sin ellos, va a enfermarse. En el negativo, que la salud sigue siendo extremadamente cara. La mayor parte de la población apenas puede afrontar la cuota del seguro, y vive con miedo de enfermarse y no poder costear los pagos por tratamientos y medicamentos.
Lo más grave: la cobertura de salud sigue sin ser universal. Mientras que la mayor parte de los políticos republicanos cree que no hay tal cosa como un derecho a la salud, algunos demócratas que proponen un sistema realmente universal son tildados de socialistas. Esto se pelea en los juzgados, en los gobiernos de distintos estados, y en los debates televisados. En la realidad, mientras tanto, la tasa de cobertura volvió a caer en 2018, por primera vez desde que se implementó el Obamacare. Esto se adjudica a los esfuerzos de la administración de Trump, que no pudo derogarla, pero persistía en socavarla.
Hasta ahora. Ante la pandemia, el gobierno está considerando reabrir la inscripción en el programa para aquellos que no tienen ningún seguro. Es posible que se esté haciendo las preguntas obvias. ¿Qué harán los ciudadanos norteamericanos sin cobertura de salud cuando se contagien? ¿Qué harán los que tienen cobertura, pero saben que no pueden afrontar los gastos del cuidado? ¿A cuántos van a contagiar sin atención médica? La pandemia expone a la salud como lo que es: un asunto público.
La falta de cobertura de salud no es una excepción en un país sin Estado de Bienestar. No hay políticas sociales, no hay políticas de cuidado, no hay, en pocas palabras, protección frente al mercado. Pero sí hay mercado. Si bien no está escrito en ningún lado, lo único que el gobierno de Estados Unidos promete a sus ciudadanos es una economía pujante y empleo. La tasa de desempleo ha estado, desde la Gran Depresión, por debajo del 10% y estaba, hasta la pandemia, en menos del 4%, el menor valor en 50 años.
Desigualdad creciente
El empleo tiene una función real y otra simbólica. Real porque proporciona un salario y, en un sistema que te dice “primero te endeudas, luego existes”, permite mantener la rueda girando. Simbólicamente, el empleo es la condición de posibilidad del cada vez más mítico “sueño americano” que funciona como el último tapón de una olla a presión que hierve hace años por la creciente desigualdad del ingreso y exclusión. En la actualidad, de acuerdo a datos de la OCDE, el 20% más rico de la población estadounidense se lleva más de la mitad de los ingresos totales -un número que sube desde hace 50 años- y casi un 20% de los estadounidenses son pobres.
Pero la olla puede explotar. El 44% de los trabajadores tienen empleos de bajos salarios y al menos 5% de los personas que declaran tener un empleo son considerados pobres. ¿Cómo viven esos trabajadores? Sobreviven con más de un trabajo, acudiendo a familia y amigos, endeudados, compartiendo gastos y sufriendo. Es decir, sin capacidad de ahorro ni previsión alguna para una crisis como la actual.
La economía en jaque
Ahora la pandemia amenaza al mercado. ¿Qué pasará si aumenta el desempleo?
Quizás sea esa pregunta la que explica que esta semana, contra el consejo de científicos, Donald Trump dijera que Estados Unidos saldría del aislamiento a principios de abril. Sucede que la economía es sumamente importante para definir al ganador de las elecciones presidenciales, previstas para noviembre de este año. Hay una trampa: la economía, como casi todo en este país, es evaluada según el partido político con el que te identificás. Antes de la crisis sanitaria, el casi 90% de los que votan a los republicanos creía que la economía estaba bien, mientras que menos del 40% de los demócratas creía lo mismo. Pero el coronavirus puede cerrar, o al menos disminuir, la polarización. Si a fines de febrero casi el 40% de los republicanos decía no estar preocupado por el coronavirus , frente a menos del 5% de los votantes demócratas, ahora menos del 25% de los republicanos mantiene no estar preocupado, frente a un 3% de demócratas.
Trump se mueve en un difícil equilibro. Por un lado, sostener las medidas de salud pública y afrontar el riesgo electoral de una economía en decadencia, cuya percepción se vea “contagiada” por la de la pandemia. Por el otro, revivir la economía a costa de levantar el aislamiento antes de tiempo y enfermar a miles de estadounidenses, desprotegidos hace años. ¿Cuál es la cura propuesta? En lo fundamental, más mercado.
Plan de estabilización
El presidente logró aprobar esta semana un plan de estabilización económica de unos dos billones de dólares. El plan atiende a los ciudadanos, al sistema de salud y a las empresas. Este plan comprende una transferencia directa por única vez a aquellos con menores ingresos, y la expansión del hasta ahora muy limitado seguro de desempleo. Para el sistema de salud se destinan 100.000 millones de dólares. Para las empresas hay dos partes: préstamos para las pequeñas y un salvataje de 500.000 millones de dólares para las grandes, incluyendo aerolíneas y hoteles.
Los norteamericanos, políticos y ciudadanos por igual, suelen leer el presente a través de sus textos fundantes, la Declaración de Independencia y la Constitución. Es difícil ver algún debate en la televisión, acudir a alguna clase sobre política o escuchar a ciudadanos de a pie opinar sin que alguien mencione alguna de esas líneas con su correspondiente interpretación. Hago ese ejercicio también yo, entonces. La Declaración de Independencia, un documento maravilloso, comienza diciendo: “Sostenemos a estas verdades como autoevidentes, que todos los hombres son creados iguales, que su Creador les otorga ciertos derechos inalienables, que entre ellos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de Felicidad”. Es posible, aunque incomprobable, que el Creador les haya dado esos derechos a los norteamericanos. Menos posible, y más fácil de verificar, es que el sistema en el que viven les ayude a mantenerlos.
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