Votar es una cosa, la integración es otra
De la miríada de estadísticas publicadas a raíz de los violentos disturbios –convertidos progresivamente en manifestaciones pacíficas y ahora en un aquelarre planetario de derribo de estatuas– ocasionados por el atroz homicidio en Minneapolis de un ciudadano negro por parte de un policía blanco, la más simbólica de todas es, con toda probabilidad, la que relaciona el porcentaje de la población afroamericana en Estados Unidos (12%) con la población reclusa de piel negra (33%). Y lo es porque, transcurridos 155 años desde la abolición de la esclavitud, parece demostrar que una parte considerable de los descendientes de esos cuatro millones de esclavos que entonces recuperaron la libertad permanece under lock and chains , bajo el yugo de las cadenas.
La revolución de los derechos civiles de los años sesenta del siglo pasado representó un progreso exponencial en el acceso al voto por parte de los ciudadanos negros residentes en los estados del sur y puso el punto final, también en esa zona del país, a situaciones de segregación racial de enorme indignidad, perfectamente equiparables a las de la Sudáfrica del apartheid. Sin embargo, a raíz precisamente de esas reformas legales se produjo en esos estados de la antigua Confederación un movimiento pendular del voto de innegables connotaciones raciales.
Se da la curiosa circunstancia de que, mientras el aumento de la población de origen hispano está acercando progresivamente a una serie de estados hacia el Partido Demócrata, estados con elevados porcentajes de afroamericanos son actualmente sólidos feudos republicanos. Y es que a pesar del considerable éxodo que la referida segregación racial propició en los años centrales del siglo XX desde los estados rurales del sur hacia las grandes urbes industriales del este, como Nueva York o Filadelfia, y del medio oeste como Chicago o Detroit, Mississippi aún conserva más de un 37% de población afroamericana, con porcentajes similares en otros estados del profundo sur del país como Luisiana, Georgia, Carolina del Sur o Alabama. ¿Cómo puede ser? ¿No son los votantes afroamericanos incondicionales votantes del Partido Demócrata desde la referida revolución de los derechos civiles? Por supuesto que lo son, pero al margen de un cierto sustrato abstencionista, poco pueden hacer si el candidato republicano cosecha el 90% de los votos de la población blanca (lamentablemente, ésa puede ser una buena razón para la abstención negra). De hecho, hay estados del sur en los que los únicos miembros de la Cámara de Representantes del Partido Demócrata son negros, elegidos indefectiblemente en distritos con mayoría afroamericana. Cuando hay más diversidad étnica, por ejemplo en el caso de Florida, los votantes negros, aunque sean menos, influyen más; que se lo digan a Barack Obama, que se impuso en ese decisivo estado en dos ocasiones.
Por otra parte, la segregación racial pura y dura, que el disfrute de las playas, el poder beber de una fuente, el derecho a ser servido en un restaurante o la utilización de una terminal de autobuses fuera discriminado en función del color de la piel, acabó afortunadamente hace muchos años aunque, en términos históricos, tampoco tantos; en los años cincuenta del siglo pasado, en 17 estados estaba prohibido el matrimonio interracial. No solo eso, si una pareja interracial de Alabama, por poner un ejemplo, se casaba en Nueva York, ese matrimonio no era válido en su estado natal.
La multitud de factores que influyen en la dramática situación de la población negra en Estados Unidos –las mencionadas razones históricas, las desigualdades socioeconómicas, el fácil acceso a las armas de fuego y la consiguiente utilización de ellas por parte de la policía al menor movimiento sospechoso, la pandemia de las drogas en los guetos, un sistema penitenciario abocado exclusivamente a la represión, la cultura de la dependencia del sector asistencial como fuente única de ingresos o la desestructuración de las familias, por citar tan sólo algunos de ellos– en absoluto justifican la brutalidad policial o el racismo puro y duro, pero contribuyen a la comprensión de un problema tan -intrincado.
De todas las cuestiones sociológicas anexas, la que probablemente resulta históricamente más intratable es la de la integración urbana efectiva. No todos los barrios negros son inseguros o están en zonas deprimidas, Estados Unidos es ciertamente uno de los pocos países del mundo con una significativa clase media negra. En el país del divino dólar, un millonario afroamericano puede comprar teóricamente el piso o casa que se le antoje en el barrio que se le antoje. Sin embargo, la integración efectiva, barrios en los que habiten en proporciones similares blancos y negros, sigue siendo la excepción, ya no en el sur, sino en cualquier zona del país. Ello es debido probablemente al escaso grado de mestizaje, pero eso sería objeto de otro artículo.
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