Alberto Gonzáles en su laberinto
Por: Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)
Fecha publicación:26/03/2007
Después de que el general Ricardo Sánchez pagara los platos rotos en Abu Ghraid, Alberto Gonzales, Fiscal General de los Estados Unidos, pudiera ser el segundo descendiente de mexicanos, sacrificado por Bush en aras de nada.
Una de dos: o bien Gonzales, perdió la razón, o la cesantía de ocho fiscales federales de un plumazo es parte de una maniobra destinada a entretener al Senado y lograr que la prensa y la opinión pública miren para otro lado, mientras el presidente trata de ganar tiempo e intenta algún avance en la pacificación de Bagdad.
Como tercera hipótesis es admisible el razonamiento de que Procurador General, fue contagiado con el brote de soberbia que, alimentado por la zaga del 11/S, ha llevado al presidente y a la administración, a creer que pueden situarse, impune e indefinidamente por encima de la ley y de las instituciones.
Si bien en Estados Unidos, como en casi todas partes, no importa mucho lo que piense el pueblo, excepto en períodos electorales donde su voto es imprescindible para legitimar las decisiones de las cúpulas, ningún presidente y ningún funcionario de alto rango pueden ignorar los intereses y la voluntad de la elite.
Aunque circunstancialmente lo parezca, en Estados Unidos, el Estado representa los intereses de la clase dominante en su conjunto y no de un segmento de ella.
El Congreso norteamericano ha dado cuenta que en los últimos 25 años fueron nombrados 468 fiscales, en ese período sólo diez fueron cesanteados. El dato es chocante: Alberto Gonzales despidió a tantos fiscales federales como todos los que fueron removidos en 25 años.
La grandeza del disparate explica la escala de la reacción de la prensa, la opinión pública y el Senado, que se ha pronunciado rápidamente, con una energía que la Administración nunca había experimentado. De modo inusual, la Cámara Alta del legislativo norteamericano alcanzó un quórum del ciento por ciento y, mediante una votación de 98 a 2, retiró al fiscal las atribuciones que le había concedido en el marco de la Ley Patriótica.
La Administración, sospechosa por haber sido ella quien creó el problema, se las ha ingeniado para conducir los preliminares del debate hacía el terreno de los procedimientos, una zona donde las discusiones son largas, técnicamente complicadas y donde los daños suelen ser mínimos.
De momento el Senado ha lanzado dos retos a la Administración, primero, suspendiendo sus derechos a nombrar fiscales federales obviando la aprobación senatorial y citando a comparecer a altos funcionarios del gobierno, cosa a la que el presidente Bush se opone.
Por ahora, todos los factores se desgastan discutiendo quiénes comparecerán ante el Congreso y lo hacen o no, bajo juramento y si está en manos del impedir la encuesta. Nada o muy poco se dice de las razones por las que los funcionarios fueron despedidos.
Técnicamente el diferendo plantea varios problemas, entre ellos un conflicto de lealtades para los funcionarios que, no obstante ser convocados por el legislativo, pueden recibir la orden del presidente de no comparecer. Dado que, en Estados Unidos no existe la “obediencia debida” y la lealtad no sea excusa para violar la ley, los funcionarios convocados corren riesgos que amenazan sus carreras políticas.
Gonzales, hijo de emigrantes mexicanos, cuenta con un pedigrí en el que además de su amistad personal con el presidente, figura el haberlo servido como asesor jurídico durante la época en que Bush fue gobernador de Texas. En ese período, el ahora discutido Fiscal General de la Nación, cumplió la desagradable tarea de aconsejarlo respecto a las apelaciones de condenados a muerte.
Llamado a la Casa Blanca al calor del 11 /S, Gonzáles es uno de los artífices de las leyes patrióticas y creador de los argumentos para justificar la tortura, las escuchas, las cárceles secretas y otros procedimientos sumarios a los que los norteamericanos no están habituados. Con tanta carga negativa y con Bush a punto de cesar como presidente, no sería extraño verlo partir después de haber entretenido al país con un debate que él mismo provocó y en que nunca tuvo oportunidades ganadoras.
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