Recientemente Samantha Power, asesora en temas de política internacional de Barck Obama dimitió de su cargo luego de llamar “monstruo” a Hillary Clinton en entrevista aparecida en un medio de comunicación británico.
La dama, como autocrítica, alegó que el calificativo usado era imperdonable.
Su conducta también fue condenada por el precandidato presidencial demócrata.
En la pasada Cumbre de Río celebrada en Santo Domingo, además de la eficiente participación de Leonel, uno de los aspectos a destacar fue la intervención del presidente Felipe Calderón, de México, quien, luego de escuchar palabras fuertes en el encuentro, solicitó a sus pares que evitaran los agravios y las acusaciones, para así lograr un mejor entendimiento.
Su solicitud fue apoyada por todos y, lo más importante, respetada.
Y ya sabemos los felices resultados.
Los anteriores son dos ejemplos a imitar, o al menos a admirar y tomar en cuenta.
Dicen mucho de las condiciones políticas de sus protagonistas.
En síntesis, en política los líderes no deben permitir ni promover que sus seguidores ofendan a los contrarios y sólo en un ambiente de respeto se puede lograr alcanzar sanos propósitos.
En el ámbito local, la campaña electoral se había caracterizado por la violencia verbal.
Las ofensas y las desconsideraciones estaban a la orden del día, incluso llevadas a través de la prensa y de la propaganda política. Realmente algunos se habían sobrepasado.
Como es natural, de una cruda violencia verbal a la violencia física hay un paso.
Era cuestión de poco tiempo que la guerra llegara. Por ello no es de extrañar el enfrentamiento entre perredeístas y peledeístas ocurrido recientemente en Azua, donde hubo varios heridos.
No es nuestra intención establecer responsabilidades, pues cada parte le echa la culpa a la otra, y quizás las dos tengan razón.
Además, si desgraciadamente los muertos en campaña no tienen dolientes, mucho menos lo tendrán los heridos.
Si los insultos a los contrarios disminuyeran estas peleas sin sentido sucedieran muy poco.
Si se sancionaran a los deslenguados la tranquilidad reinara en la campaña electoral.
Es tiempo de que nuestra dirigencia partidista se reúna, converse con seriedad, se comprometa a llevar una campaña electoral decente, para que la sangre no llegue más al río.
Y si no pueden hacerlo por ellos mismos, que busquen ayuda entre los famosos mediadores, que por más que los critiquen todavía son necesarios.
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