Message of Richardson

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No es descabellado pensar que el gobernador de Nuevo México busca ser Secretario de Estado, si gana Obama.

Una de las grandes disyuntivas que históricamente han enfrentado los encargados de formular la política de Estados Unidos hacia América Latina es si habría que limitar los temas de la agenda para restablecer la confianza erosionada o si sería más conveniente diseñar un gran proyecto de cooperación hemisférica.

A principios de mes, el gobernador por Nuevo México Bill Richardson, hablando ante la Organización de Estados Americanos, expuso un plan de acercamiento a América Latina que propone soluciones a temas específicos e incluye la elaboración de un proyecto continental.

Richardson sugiere que Estados Unidos cierre la prisión en Guantánamo, Cuba, como muestra de su respeto a los derechos humanos y se afilie a la Corte Penal Internacional para evidenciar su apego a los tratados de derecho internacional.

También aboga por fortalecer los lazos políticos, económicos y ambientales con toda la región, pero en especial con Argentina, Brasil y Chile y plantea privilegiar la normalidad diplomática con el régimen de Hugo Chávez en Venezuela.

Cuba le mereció párrafo aparte. Criticó las restricciones a las visitas de familiares y al envío de remesas recién reforzadas por la administración de George W. Bush y propuso levantar el embargo comercial a cambio de la liberación de los presos políticos y avances en el restablecimiento de las libertades democráticas.

Destacó la necesidad de una reforma migratoria integral que fortalezca la frontera, castigue a quienes emplean trabajadores indocumentados y legalice a los 12 millones que ya están aquí.

“Pero no necesitamos un muro,” dijo. “Si Estados Unidos quiere terminar con la inmigración ilegal, debe promover el desarrollo equitativo para América Latina.”

¿Cómo? A través de una nueva Alianza para el Progreso que incorpore las ideas humanistas propuestas por John F. Kennedy, que no busque la expansión económica unilateral del mercado estadounidense con acuerdos que imponen el consenso de Washington y dividen a los países en amigos o enemigos, mitigue la deuda de los países pobres y acabe con la pobreza.

Si consideramos que el discurso lo hizo una semana después de haber manifestado su apoyo a la pre-candidatura presidencial de Barack Obama, su experiencia en relaciones internacionales en el Congreso, en el gabinete de Bill Clinton y su bien ganada fama de negociador exitoso con los dictadores de Irak, Sudán y de Corea del Norte, no sería descabellado pensar que está buscando el puesto de Secretario de Estado si Obama ganara la presidencia.

Obama y Richardson coinciden plenamente respecto a qué hacer con Guantánamo y en su crítica a la política actual hacia Venezuela y Cuba. Ambos proponen más diplomacia con Chávez y levantar las restricciones a los viajes a Cuba y a las remesas de los familiares que viven en Estados Unidos.

Coinciden también en su visión acerca de cómo proceder en la reforma migratoria y ambos utilizan magistralmente el lenguaje sindicalista para distinguir entre el comercio “libre” y el “justo” que ellos proponen, así como en la crítica desde la izquierda a las propuestas del llamado Consenso de Washington.

El gran problema para ambos, sin embargo, es que aun si Obama ganara la nominación y la presidencia, y los demócratas ganaran cómodas mayorías en ambas cámaras del Congreso, los urgentes problemas que heredará el próximo presidente en Irak, Afganistán, Medio Oriente, Corea del Norte e Irán no auguran soluciones rápidas. Y el lamentable estado de la economía nacional impedirá que ningún presidente pueda pensar en un plan de largo alcance para América Latina, que demandaría recursos económicos que el país no tiene disponibles.

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