Cómo irse de Irak y quedarse
10.06.08 –
ENRIQUE VÁZQUEZ analista político
S I todo sale según el plan de Washington, el presidente Bush podrá decir sin mentir que la invasión de Irak ha terminado bien en términos militares y geoestratégicos, lo que más le importa a una superpotencia con intereses globales. Tal plan consiste en firmar lo antes posible, si se puede en julio, un acuerdo de seguridad y cooperación con el Gobierno iraquí que dé al Ejército norteamericano la posibilidad de quedarse en el país indefinidamente y sustituir el papel de ocupante por el de socio cuando expire, a fin de año, el mandato de la ONU sobre su presencia, presentado en su día por las dos partes como el último.
Ayer, el primer ministro iraquí, Nuri al-Maliki, tuvo que oír al Guía del régimen iraní, ayatollah Ali Jamenei, que de todos los problemas a los que se enfrenta Irak el mayor es la interferencia de Estados Unidos en sus asuntos a través de su poder militar y de seguridad. Al-Maliki terminaba una difícil estancia de tres días en Teherán, donde vivió exiliado muchos años y donde se esforzó -se diría que inútilmente- en convencer a su vecino chií de que nada debe temer de tal acuerdo y que él nunca permitirá que Irak sea utilizado como base para un eventual ataque norteamericano que nadie excluye a día de hoy.
La precisión es superflua porque Washington no pondría en una situación insostenible a su socio iraquí y porque le bastará con controlar su espacio aéreo (lo que se pretende en el acuerdo) para dar facilidades al reabastecimiento en vuelo de sus bombarderos llegado el caso. Y, además, hay otras maneras de ejecutarlo al margen de Irak.
Tampoco tranquiliza en Teherán oír al embajador americano en Bagdad, Ryan Crocker, que no habrá bases permanentes, lo que se resuelve dotándolas de un estatuto temporal, a modo de alquiler, según el modelo vigente en otras partes. Teherán quiere, sencillamente, que no se firme el acuerdo, percibido allí como una tenaza que instala fuerzas militares de su adversario en su misma vecindad.
La esperanza para los iraníes reside, curiosamente, en que mucha gente cree en el Congreso de Estados Unidos que un Bush cesante no debe firmar un acuerdo que ate las manos de su sucesor. Es sabido que el candidato demócrata propone una retirada de Irak por fases hasta dejar solo una residual fuerza anti-Al Qaida. O así lo dice, por lo menos, Barack Obama.
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