The Black Woman Who Put an End to the Clinton Myth

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Las cartas ya están definitivamente sobre la mesa para la cita del 4 de noviembre. Barack Obama lo logró cerrando una de las más intensas y duras batallas de primarias en los Estados Unidos. Ahora es el momento de decisiones delicadas que deberá sopesar primero para el congreso del Partido Demócrata –la elección de su número dos-; y después, para el momento decisivo de las presidenciales –el pulso con el senador republicano por Arizona, John McCain-. Pero nada de esto hubiera sido posible sin ella, Michelle.

La campaña de las primarias nos ha permitido descubrir la personalidad de la mujer de Barack Obama, nacida Michelle LaVaughn Robinson, criada en una familia negra modesta, afincada en el barrio obrero del sudeste de Chicago. Hija de un empleado municipal que trabajó duro pese a su frágil salud, Michelle al igual que su hermano Craig ha disfrutado de una educación en las mejores universidades. Su padre, con muchas horas de oficina e inspección en la calle de obras del servicio de agua, y su madre sumergida en las tareas del día a día en la casa, siempre quisieron que sus hijos pudieran estar un día orgullosos del legado de su educación.

Michelle a diferencia de Barack, que es hijo de padre negro y madre blanca, es un prototipo de la mujer afroamericana. Su condición de negra le ha llegado a pesar en ocasiones, sobre todo en su época universitaria, donde veía como sus compañeros blancos la miraban primero como negra y luego como estudiante.

Forjada, gracias al tesón de su padre, en las elitistas universidades de Princeton –sociología y estudios afroamericanos- y Harvard –abogada-, su carrera profesional ha sido más exitosa que la de su marido, primero en la empresa privada y luego en el sector público. En su último trabajo, para el que pidió una excedencia que le permitiera estar al lado de Barack en la campaña electoral, cobraba 275.000 dólares al año. Prácticamente el doble de un senador, el trabajo actual de su marido.

Cruce raro de Jackie y Barbara

De Barack se enamoró no por su cerebro –como dijo Carla Bruni de Nicolas Sarkozy- sino por sus convicciones demócratas, su pedagogía de que si tienes talento no es para venderlo al mejor postor sino para entregarlo al servicio de los demás. Pero a la vez es una mujer práctica, de armas tomar, habiéndole bajado los humos desde el primer momento. Para quienes se entusiasman con la belleza de las palabras del senador, Michelle les mostró la otra cara de quien remolonea en los trabajos de casa; no se fija en colocar los calcetines en su sitio; llena la mantequilla de restos del pan tostado; y es reacio a poner los platos y cubiertos usados en el fregaplatos. O sea que quien lleva los pantalones y le aterriza de sus ensoñaciones es ella.

Cruce raro de Jackie Kennedy –por su elegancia y porte- y de Barbara Bush –con quien comparte espontaneidad y pragmatismo-, la campaña nos mostró el estilo de su fuerte personalidad: collares de perlas grandes estilo Angela Merkel; cinturones anchos con cierto aire retro; paleta de colores bien definida en la que predomina el violeta; y vestidos sin mangas que visualizan una mujer que se remanga en el día a día. Tanto Bill como Hillary la menospreciaron pero ambos pagaron caro su irrupción en las primarias que proporcionó equilibrio y garra en los momentos de debilidad de Barack.

Frente a quienes dudaban entre ella como primera dama y Bill como primer caballero, Michelle fue desnudando de forma progresiva en cada mítin a los Clinton mostrando su arrogancia y desprecio al proceso de las primarias. Se convirtió así en la defensa escoba perfecta del senador en un proceso en el que tuvo que luchar por cada voto, a lo largo de miles de kilómetros, en un maratón por todo el país.

Pero ahora llega el momento de lucha más implacable. Lo verdaderamente histórico en el fondo no es la posible llegada de Barack a la Casa Blanca sino la de Michelle, consciente desde joven de su condición racial, y habiendo cometido el desliz de decir que sólo ahora se siente orgullosa de ser estadounidense, en el momento en que ambos acarician el ser inquilinos de la Casa Blanca. Fue su único patinazo pero el que quizás puede pagar más caro en estos comicios que son sin duda los más relevantes en Estados Unidos desde la histórica presidencia de JFK.

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