Mermaids vs. Sharks

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22 de junio de 2008.- La Sirena Mayor se declara en huelga de hambre. El rey Neptuno hinca el tridente. Todos los especímenes marinos se quedan varados en las escolleras de Coney Island y el parque de atracciones del Astroland huele ya a herrumbroso naufragio.

Una ‘sirena’ besa a la cámara tirando pompas de jabón. (Foto: AFP)

El futuro es de los tiburones inmobiliarios, que andan ya tramando una especie de Cancún en la playa del pueblo, rompeolas de ese Nueva York populoso, “paisaje de la multitud que vomita” (García Lorca), Atlántida venida a menos y sumergida ya bajo las espumas de la especulación.

Como todos los veranos, coincidiendo con el solsticio, volvieron a salir este fin de semana las sirenas. Pese al aire carnevalesco, el ambiente olía más bien a pescado podrido. El desfile dejó un sabor a resaca o ‘réquiem’ (con escamas).

Ni las sirenas se libran de los pulpos (ni de los gorilas). (Foto: AFP)

El alcalde oficioso de Coney Island, Dick Zigun, arrojó la vara sonoramente hace unos días. Se desmarcó con una carta abierta a su homónimo de Nueva York, Michael Bloomberg, denunciando la “maniobra especulativa” y la intención de convertir el enclave decadente e histórico “en un centro comercial con ‘Niketowns’ y ‘Toys R Us’, más los 4.500 apartamentos y cuatro hoteles de 30 pisos”.

Toda la fauna piscícola de Coney Island, incluido el tragasables y la mujer barbuda, ha decidido plantar cara a la municipalidad. Aunque la musa de la protesta es la Reina de las Sirenas, la artista conocida como Savitri D., se ha declarado en huelga de hambre y encabezará las protestas del 24 de junio por las calles de la ciudad.

La batalla entre las sirenas y los tiburones de Coney Island es la metáfora misma de ese pulso que han librado los vecinos y los promotores inmobiliarios en el Soho, en Brooklyn o en ‘Union Square’. El alcalde ha entregado las llaves de Nueva York a los especuladores. Manhattan es toda ella un piso-piloto de Donald Trump y sus secuaces. Las grúas de la gentrificación (la invasión de los nuevos ricos) han echado raíces en Harlem y amenazan ahora con saltar al Bronx.

Los nostálgicos se preguntan si la ciudad estará perdiendo el alma, aunque lo más apropiado sería preguntarse si sus gobernantes han perdido los escrúpulos. Los vecinos de toda la vida –en su mayoría negros e hispanos- son expulsados a quién sabe donde, mientras los bancos y las corporaciones se multiplican como sargazos en este mar privadísimo y atestado de escualos en que se está convirtiendo Nueva York.

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