B arak Obama, el candidato demócrata a la Presidencia de Estados Unidos, hace giras por el exterior, reuniéndose con dignatarios extranjeros como si ya estuviese sentado en el despacho oval. Dejemos aparte el tema más obvio: la posibilidad de que Obama esté vendiendo la piel del oso (la presidencia) antes de haberlo cazado. Lo cierto es que Obama está rompiendo muchos moldes en la política norteamericana, pues las elecciones se centran siempre en la política interior y es por desgracia muy frecuente que durante la campaña se aparquen por completo los temas difíciles. Obama está haciendo exactamente lo contrario y además se atreve a hablar abiertamente de retirarse de Irak y centrarse en Afganistán, pero… ¿es posible tal maniobra? ¿Y se atreverá Obama a llevarla a cabo?
Es indudable que la invasión de Irak ha sido una de las mayores chapuzas de la historia de Estados Unidos. Sin embargo, los norteamericanos todavía pueden ganar. Las divisiones internas en Irak han incrementado el caos y la violencia, complicando la tarea de las fuerzas invasoras, pero también han impedido que surgiese una resistencia nacional coordinada. La actitud de los chiíes ha sido decisiva a este respecto. La intromisión de Al-Qaida ha sido muy perjudicial para la insurgencia por su fanatismo anti-chií y por sus atentados indiscriminados. Su guerra, supuestamente santa, nada tiene que ver con los objetivos y preocupaciones de los irakíes suníes.
Para ganar, los rebeldes necesitan el apoyo masivo de la población, pero la insurgencia iraquí sólo dispone de amplios apoyos en determinados sectores de la comunidad suní, que supone el 20% de la población del país y que está ya muy cansada tras cinco años de caos. En esta coyuntura favorable y gracias a la experiencia acumulada, los generales norteamericanos tienen la oportunidad de acorralar a la insurgencia y ganar la guerra, al menos de momento.
Los norteamericanos pueden ganar, pero lo cierto es que todavía no han ganado y ahora mismo andan algo cortos de efectivos. Si Obama llega al poder y comienza a retirar soldados, les va a exigir a sus tropas un sobreesfuerzo del que no van a ser capaces, frustrando así la oportunidad de dominar a los insurgentes. Por otra parte, incluso en la más optimista de las hipótesis, la victoria militar norteamericana sería algo provisional e incompleto. Podrían acorralar hasta el límite a la insurgencia, pero es casi imposible que logren erradicarla del todo. Luego están los terroristas de Al-Qaida, las milicias chiíes de Moqtada al-Sadr, las milicias de otros partidos y las bandas de delincuentes y caciques locales que son una plaga incluso en las regiones teóricamente pacificadas.
A largo plazo el factor decisivo va a ser el mismo que en Afganistán: la capacidad del gobierno local para administrar el país. La insurgencia impide que la administración civil iraquí pueda funcionar normalmente. Una victoria militar norteamericana, aunque fuera temporal, le proporcionaría al Gobierno iraquí la oportunidad de conseguir la adhesión de las masas mediante una gestión eficaz. Entonces, restaurados los servicios públicos y la seguridad ciudadana, con una economía en auge y sin tropas norteamericanas a las que atacar, los rescoldos de la insurgencia suní se irían apagando al haber desaparecido su razón de ser.
Por desgracia este escenario, aunque perfectamente factible, no es más que una vana ilusión. Primero de todo está por ver que los norteamericanos logren realmente imponerse a la insurgencia. Incluso si lo consiguen, no será algo que vaya a suceder en pocos meses. El Gobierno y la Administración pública iraquíes han destacado por la corrupción, el clientelismo y el caciquismo, como suele suceder en los países subdesarrollados. A medio plazo la insurgencia podría resurgir mucho más fuerte que antes o estallar otros muchos conflictos internos entre caudillos ambiciosos y todo tipo de facciones religiosas, tribales o políticas.
Por lo tanto, Obama está comprometiéndose a una política que muy probablemente no podrá llevar a la práctica, aun suponiendo que logre ganar las elecciones. A este respecto, Obama está jugando a un juego muy peligroso. Puede que de momento consiga cierta publicidad y una buena imagen como líder enérgico que no les teme a los problemas difíciles, pero los norteamericanos tienden a ser provincianos y localistas. Cuando comience la campaña electoral, Obama tendrá que centrarse en la política interior.
Otro obstáculo bastante más serio es el lobby israelí, una organización que probablemente no es tan poderosa como muchos piensan, pero que dispone indiscutiblemente de una inmensa influencia. Israel no desea que los norteamericanos abandonen Irak, de manera que sus agentes en Washington se oponen a cualquier retirada. Si el lobby israelí se vuelca a favor del republicano McCain, Obama apenas tendría posibilidades. Él lo sabe y por eso sus primeras declaraciones tras conseguir la nominación demócrata tuvieron lugar en una de las sedes del AIPAC, el buque insignia del lobby israelí.
Los países empiezan guerras cuando quieren pero las terminan cuando pueden. Ni Obama ni McCain podrán escapar a esta regla de hierro. Los norteamericanos no pueden abandonar en falso Irak, dejando un decorado pseudo estatal que se derrumbe en un par de años, forzándoles a volver para evitar una catástrofe. Tendrán que permanecer allí durante mucho tiempo todavía y, teniendo en cuenta su política exterior durante estos últimos ocho años, no me cabe duda de que tienen exactamente lo que se merecen.
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