El fortín estadounidense
El equipo norteamericano invierte dos millones de euros en alquilar una universidad
JUAN JOSÉ MATEO – Pekín – 09/08/2008
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Pepo Clavet, el entrenador de Tommy Robredo, vive en un piso a más de una hora de la Villa Olímpica, estuvo sin agua caliente durante días y ha tenido que convencer a uno de los técnicos con los que comparte el apartamento para que duerma en el salón: más espacio no hay. El equipo olímpico estadounidense, formado por casi 400 deportistas de 22 disciplinas distintas, no tiene ese problema. Se ha gastado más de tres millones de dólares (dos millones de euros) para usar durante seis semanas las instalaciones de la Universidad Normal de Pekín, transformada en opulenta residencia, Centro de Alto Rendimiento y… fortín de alta seguridad.
Juegos Olímpicos
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Pekín 2008
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11 policías controlan el área y la comida china está vetada
“Es increíblemente genial”, dice tras su perfecta sonrisa Samantha Peszek, integrante del equipo de gimnasia y campeona mundial en 2007; “estamos todas en un pequeño edificio. Eso nos permite estar unidas hasta límites que la gente no comprende. Nos consiguieron papel, rotuladores y un montón de objetos decorativos con motivos de Estados Unidos. Lo hemos colgado todo en el cuarto. Nos entrenamos con potros y materiales similares a los de nuestro país. Y así una se siente en casa”.
Antes de llegar a los cuartos decorados con banderas, antes de encontrarse a los deportistas entrenándose o jugando a la consola, antes de que desgranen sus menús hamburgueseros y de que se quejen de los baños, la entrada de la Universidad emerge entre el tráfico caótico con la promesa de un cacheo. Estados Unidos se protege de China en Pekín. El área está acordonada y llena de carteles de la Oficina de Seguridad Pública. Son veinte metros de acera desde un McDonalds a la Universidad. Poco sitio para tanto voluntario vestido de militar y tanto policía: suman once, todos desarmados. “Es por los Juegos”, dice uno de los guardias; “venimos aquí a las seis de la mañana, trabajamos siete horas y nos relevan”. Las cosas de China. A nadie le sorprende que el dispositivo de seguridad, exigido por el Comité Organizador de los Juegos, haya obligado a cerrar con una valla la entrada del Liyun Apartahotel, según los estadounidenses.
Tras los controles, amablemente gestionados por voluntarios, se esconde un día cualquiera en Estados Unidos. Los deportistas viven en la Villa y se trasladan en autobús mientras que sus técnicos, fisios y compañeros de entrenamientos se reparten entre las 29 habitaciones de un edificio de profesores y otras tantas de un apartahotel. Disponen de dos pistas de atletismo, de un campo de hierba y de otro sintético. Tienen fosos de salto. Y, además, el gimnasio Qiujiduan, que se terminó de construir en julio, cuando llegaron 18 macrocontenedores enviados desde Estados Unidos para dejar en Pekín potros, colchonetas… Sólo falla un detalle: algunos baños, para sonrojo de los deportistas y dolor de sus rodillas acuclilladas, no son occidentales.
“Las habitaciones son grandes: somos cuatro por cuarto”, dice un miembro del equipo técnico de lucha; “la comida es ciento por ciento estadounidense: arroz, verduras, mucha carne de ternera y nada frío. No hay nada chino. Es demasiado pesado y grasiento… Aquí sólo hay comida sana”. Y bien etiquetada: una parte ha llegado desde su país tras pasar estrictos controles. La carne, sin embargo, no es la única vigilada. La prensa también va marcada. Los periodistas deben pedir un pase especial un día antes de la visita. Las televisiones tienen prohibido retransmitir “cualquier cosa” en directo desde el complejo. Tampoco dejan grabar las instalaciones. Y la sala de prensa está en el restaurante La Amistad. Lo dice hasta un cartel. China, como un buen amigo, se lo ha permitido todo a Estados Unidos. Hasta una casa millonaria a 15 minutos de la Villa Olímpica.
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