The Blonde and the Brunette

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No aparecieron como simples esposas de candidatos presidenciales, sino como mujeres con identidad, ideas, capacidad y decisión para aportar al futuro, con una visión propia del mundo y de la vida.

Michelle Obama conmovió por su autenticidad y una franqueza que puede llegar a ser incómoda. Nieta de esclavos, creció en los suburbios pobres de Chicago. De padre plomero, pero graduada en Princeton y Harvard, se presentó como un ejemplo viviente de ese sueño americano que su marido propone rescatar como presidente. Sin medias tintas dejó en claro su compromiso de ayudar para que las oportunidades de una vida mejor no sean la excepción sino la regla en su país, para que la inmensa población pobre y sin esperanzas que esconde la opulencia norteamericana, visibilizada por la campaña electoral de Obama, encuentre el camino hacia un futuro promisorio.

Michelle tomó la palabra con soltura y convicción, de manera sencilla y con verdad reclamó su condición de madre trabajadora que enfrenta diariamente los malabares de tener que responder a su responsabilidad como alta funcionaria en el sistema hospitalario de salud en la Universidad de Chicago, madre de dos hijas y en el apoyo a las aspiraciones políticas de su marido.

Igual lo hizo Cindy McCain, quien hasta su aparición en la convención republicana se confundía con una cuchi-barbie, siempre sonriente y maquillada. Reconoció sin vergüenza su condición de heredera de una fortuna en el negocio de la distribución de cerveza en Arizona. Las circunstancias de haber crecido en un estado de frontera con México la llevaron a conocer la situación de los emigrantes pobres con los que compartió su niñez; sabe de sus carencias. Una vivencia que se reflejó en la posición de su esposo, John McCain, cuando en contravía de su partido, se comprometió como senador, de la mano de Edward Kennedy, en una nueva legislación migratoria en 2007.

Detrás de unos ojos azules coronados por un pelo rubísimo, apareció una mujer llena de sensibilidad, preocupada por los demás, comprometida con múltiples causas humanitarias en su país y en el mundo. Allí estaba, como testimonio silencioso de este compromiso de vida, su hija adoptiva, una niña huérfana que le arrebató a la muerte en uno de los orfanatos de la Madre Sor Teresa de Calcuta en la India. El contraste étnico impactaba.

El mundo y su futuro, con la visión de mujeres comprometidas, es distinto. Aportan una mirada que suma y que se potencia cuando se hace pública. Como lo han hecho estas dos norteamericanas. Cómo ayudaría si en Colombia lo hiciera mi amiga Lina Moreno. Una mujer independiente con posiciones firmes, que el país debería conocer mejor. Cuánto aportaría, por ejemplo, a la hora de suavizar tensiones y contribuir a tranquilizar las aguas en estos días aciagos de choque de trenes y peleas destructivas, llenas de amargura y sinsabores, como las que emprende su marido, el presidente Uribe, contra todo el que se le atraviese. La voz de Lina tendría un eco especial. Porque las primeras damas, compañeras del día a día, cuando se deciden, logran marcar la diferencia.

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